Sobre la perversa vinculación entre trabajo y salario
Nos ponemos filosóficos: pocos seres humanos no necesitan de un salario para subsistir (aunque en los países desarrollados se tiene la impresión de que resultaría difícil morirse de hambre), y el salario es, en general, la remuneración obtenida por el trabajo. Somos algo crípticos, pero hay gentes que reciben sus emolumentos sin dar ni clavo.
Las múltiples tareas que hombres, mujeres -y niños- realizan en beneficio de otros, obtienen variadas compensaciones -en salario o en especies-, teniendo en cuenta diferentes variables: dificultad del trabajo, conocimientos, experiencia, habilidades, riesgo, capacidad de acceso a esferas de poder, contribución al placer, oportunidad, otras capacidades -confesables e inconfesables-, etc.
Los que deciden cuánto van a pagar por un trabajo, se encuentran en diferentes posiciones: en los Parlamentos y senados; en las administraciones públicas y sus órganos, en los consejos de dirección de las empresas y sus departamentos; en la libertad de su casa; al aire libre aunque viciado, ...; son propietarios, jefes, dueños, clientes, pacientes, chulos, etc.
La mayoría de la población es otra cosa: funcionario, empleado, subordinado, dependiente,prostituído,... asalariado.
Pero no se engañe nadie: lo que hace un trabajo especialmente más codiciado, y por tanto, incomparablemente más caro, en la escala de valores sociales no es la habilidad, el conocimiento, ni el riesgo que se asume. Es la capacidad de movilización de intereses que tiene un individuo para conseguir rentabilizarlo: cuantos más amigos, más esfera de influencia, más ámbito de poder pueda ejercer, mejor.
Dichosos aquellos que pueden desarrollar una habilidad que no les haga depender de otros para subsistir, porque ellos verán el final de sus días con la satisfacción de no ser marginados por una sociedad que no valora al individuo sino por lo que sirve a los que tienen el poder.
Las múltiples tareas que hombres, mujeres -y niños- realizan en beneficio de otros, obtienen variadas compensaciones -en salario o en especies-, teniendo en cuenta diferentes variables: dificultad del trabajo, conocimientos, experiencia, habilidades, riesgo, capacidad de acceso a esferas de poder, contribución al placer, oportunidad, otras capacidades -confesables e inconfesables-, etc.
Los que deciden cuánto van a pagar por un trabajo, se encuentran en diferentes posiciones: en los Parlamentos y senados; en las administraciones públicas y sus órganos, en los consejos de dirección de las empresas y sus departamentos; en la libertad de su casa; al aire libre aunque viciado, ...; son propietarios, jefes, dueños, clientes, pacientes, chulos, etc.
La mayoría de la población es otra cosa: funcionario, empleado, subordinado, dependiente,prostituído,... asalariado.
Pero no se engañe nadie: lo que hace un trabajo especialmente más codiciado, y por tanto, incomparablemente más caro, en la escala de valores sociales no es la habilidad, el conocimiento, ni el riesgo que se asume. Es la capacidad de movilización de intereses que tiene un individuo para conseguir rentabilizarlo: cuantos más amigos, más esfera de influencia, más ámbito de poder pueda ejercer, mejor.
Dichosos aquellos que pueden desarrollar una habilidad que no les haga depender de otros para subsistir, porque ellos verán el final de sus días con la satisfacción de no ser marginados por una sociedad que no valora al individuo sino por lo que sirve a los que tienen el poder.
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