Tras la huella del pacto de las pensiones y del precio de los billetes
Cuando se viaja en avión, no es conveniente, en beneficio del propio bienestar mental, preocuparse en detectar quiénes de aquellos con los que compartimos espacio en la aeronave y disfrutan de idénticas prestaciones a nosotros -aunque solo sea la sonrisa del sobrecargo a la entrada- han pagado la mitad, la décima parte e incluso puede que hasta nada, por realizar el mismo trayecto.
En teoría, todos tenemos esas opciones de optar por vuelos baratos, que se anuncian, por ejemplo, como lastminute, o viaje a Taratacún soloporlastasasaeroportuarias. El problema suele estar no solo en que debemos viajar en una fecha determinada, sino en que siempre llegamos tarde a las ofertas: "Lo sentimos, no quedan plazas disponibles para su selección; pruebe otra opción", es la respuesta que obtenemos con sistemática persistencia, a nuestras prosprecciones.
No es muy diferente la percepción que algunos sentimos hacia la cuestión de la regulación de las pensiones, de la que, en este enero de 2011, mucho se ha hablado nuevamente en España. Habrá de ser también una cuestión combinada de falta de capacidad para descubrir las mejores ofertas y de ausencia de perspicacia para planificar nuestro viaje por los subsidios y pensiones.
Frente a quienes consiguen alternar con maestría los períodos de trabajo cotizado con los de percepciones del paro, de forma que se obtenga la mayor rentabilidad posible para el laborante de la disponibilidad de los subsidios, están los (pocos, presuponemos) que no han sido capaces de cobrar un solo euro de esta caja del erario público, sin dejar de cotizar un solo día.
Frente a quienes aprovechan al máximo la oferta del todo gratis, ayudando a colapsar los servicios asistenciales al primer catarro y al menor asomo de conjuntivitiss o diarrea, están los que son reacios a presentarse ante los ambulatorios, salvo que se les esté reventando el pulmón o la sesera, ofreciendo el contrapunto de su contención a la visitorrea de otros que, y no se nos interprete mal, pueden haber sido capaces de traer a la mitad de su familia desde otro país para operarse gratis total a costa de terceros de cataratas o de malformaciones congénitas.
Frente a quienes han debido darse de alta como autónomos, al ser despedidos con cincuenta años de su empresa, para no perder el derecho a la prestación de jubilación, aunque ya más exigüa, se encuentran felices coetáneos que han sido prejubilados con todas las banderas desplegadas del salario completo, en incluso actualizable, en virtud de planes de regulación que, en muchos casos, hemos pagado entre todos los demás.
Ya comprendemos que resolver a gusto de todos es imposible, y que las compañías aéreas y los pepitogrillo del Gobierno y de los sindicatos no pueden contentar a todos, y lo que más les preocupa es conseguir cubrir como sea el precio de cada viaje.
Sin embargo, y dadas las perspectivas laborales que, -ojalá nos equivoquemos- no solamente no mejorarán, sino empeorarán a largo plazo, quienes se jubilen, por ejemplo, en 2020, con 66 años, llevarán ya 15 o 20 años en paro y no tendrán derecho más que a algo más de la mitad teórica de la pensión; les queda, eso sí, la opción de robar para que los envíen a la cárcel -como ha trascendido hacen los ancianos japoneses- y, así, tener garantizado alimento y cobijo y, sobre todo, gente con la que poder hablar de lo mal que va el país.
Pero sería muy conveniente que nos explicaran muy bien cuánto cuesta cada trayecto, qué criterios siguen para asignar las plazas y, sobre todo, que a quienes estamos subidos al mismo avión y hemos pagado el precio pleno del pasaje, al menos, nos dieran un vasito de güiski y un platillo de aceitunas para pasar mejor el mal rato colectivo de una aventura que, estando aún en el aire, tiene los visos de acabar en estrellato.
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