Sobre las renovables, el tren de la economía y las estaciones del via crucis
Estar a favor de las energías renovables, del desarrollo sostenible y de un nuevo paradigma para nuestra economía son dogmas de una religión emergente que tiene sacerdotes y profetas de voz tronante y que, como corresponde a una doctrina destinada a captar muchos adeptos de las más diversas procedencias, reune elementos de la física y de la metafísica.
Sus sumos sacerdotes, crecientemente animados por el éxito de sus proclamas, recurren a la patafísica con excelente familiaridad y, manejando con destreza la previsión del más allá aunque sea a costa de arrollar con lo que tenemos delante de las narices, mezclan proyecciones y tendencias, fórmulas con elucubraciones, datos con sofismas, intuiciones con probabilidades, y en un maremagnum de futuros prometedores y castigos del infierno, consiguen, en suma, poner en pie un espectáculo trágico-cómico en el que pretenden que todos seamos los comparsas y ellos los guías que nos saquen del atolladero.
Porque en un atolladero, sí que estamos. No hay trabajo, no hay creación de actividad, no hay ilusión, no hay dinero. Y, la verdad es que, hasta ahora, lo hemos pasado estupendamente. Parecía que habíamos conseguido el objetivo: Que inventen y trabajen otros; porque, convencidos de que lo nuestro era el consumo; nos hicimos expertos en consumo.
En el campo de las energías renovables, de pronto, se nos ha caído una venda que nos impedía ver nuestra aparente situación privilegiada: tenemos sol y por las crestas del norte, algo de viento. ¿Por qué preocuparse del precio del carbón, para qué seguir corriendo el riesgo de quedarnos sin gas natural, quién dijo que las centrales nucleares no podían explotar y los residuos no eran peligrosos? ¡Energías renovables, al salón! ¡Cueste lo que cueste, vamos a convertirnos en los campeones de esa forma verde, natural, de producción de energía!
Así, el tremendo despilfarro para España que ha supuesto la falta de un programa energético coherente, y en el que, asustados los Gobiernos de turno por la repetida coletilla de que éramos una isla energética, se han ido acumulando dependencias de fuentes importadas (petróleo, gas natural, carbón, etc.) y aplazando decisiones sustanciales ante la debilidad para enfrentarse a los problemas (parón nuclear, tratamiento de los residuos radioactivos, retraso en la implantación de centrales combinadas, exceso de instalaciones de desgasificación, etc.), ha tenido en los últimos años, dos descendencias deformes: los aerogeneradores y las placas solares.
Esos hijos de la improvisación han sido muy bien alimentadas por especialistas en pescar en río revuelto. Así se ha formado una cofradía de santones, gurús, devotos, arrepentidos, visionarios, junto con una mayoría de gentes bien intencionadas y otras que se adueñan de argumentos verdes para hacerlos suyos, entre las que no faltan, por supuesto, algunos técnicos y sindicalistas de prestigio (conseguido en otras lides, otras facultades, otros tiempos).
Domingo Jimenez Beltrán y Joaquín Nieto son los impulsores, junto con otros respetados paladines de un nuevo orden mundial, de la fundación a la que han puesto el sugerente nombre de Renovables. Defienden, en un artículo sin desperdicio -como corresponde a tan esforzados ambientalistas- publicado en EP el 26 de noviembre de 2010, a las energías de fuentes renovables y, de entre ellas, a la energía eólica, a las que atribuyen la capacidad de suministrar el 100% de las necesidades energéticas de este pequeño y capitidisminuido país llamado aún España.
Y terminan su estupendo alegato, pletórico de optimismo, en el que se defiende un panorama con verdes paisajes en el que se habrán creado millones de puestos de trabajo que servirán para cuidar los aerogeneradores y placas solares que se hayan dispuesto aquí y en todo el mundo, en donde, -posiblemente con guirnaldas de flores, sombreros de jipijapa y pantaloncitos blancos- nuestros nietos recojan nuestra cosecha de riqueza, autonomía y bienestar, con una pregunta abierta:
¿Por qué renunciar a un futuro tan prometedor?
La respuesta es un poco larga, pero comprensible:
No queremos renunciar a nada, y menos a la tajada buena del bizcocho, pero nos faltan argumentos para creernos que el futuro sea tan prometedor. Especialmente, para quienes, como sucede en este paísecito que lleva siglos sin levantar cabeza más que para pedir permiso para ir a los lavabos, además de no disponer de fuentes de energía barata, carecemos de los conocimientos para poder utilizarla, no solamente hoy, sino mañana -cuando los países más grandes se tomen en serio, si se lo toman, esto de las energías renovables- de forma competitiva internacionalmente.
Por eso, conscientes de nuestra limitación tecnológica y económica, en la que hemos visto cómo aumentaba la distancia entre los que más saben y los que nos complacemos en el consumo de lo que ellos producen, no nos creemos que el producir toda la energía que necesitamos con las llamadas fuentes renovables sea la solución. Más realistas y más modestos, apoyamos el mantenimiento de un mix energético en el que hemos invertido hasta ahora y en el que tenemos excedentes de capacidad de producción de energía primaria.
No nos creemos que las energías renovables no necesitan aún mucho desarrollo para ser competitivas y dudamos que estar entre los primeros en implementarlas masivamente sea juicioso. Ahora se está hablando de renovar los parques eólicos y los huertos solares que no están, ni de lejos, amortizados, porque se conocen nuevos avances tecnológicos. Tampoco hemos viso que los países más desarrollados, entre los que, desde luego, no nos encontramos en España, vean las renovables a corto plazo como su fuente única de energía primaria.
Tampoco creemos que los apoyos a las renovables sean inocentes. Están sirviendo para que algunos aprovechen la coyuntura para beneficiarse de las subvenciones y enriquecerse un poco, a costa de nuestras sensibilidades.
Ni siquiera -aunque nos gustaría soñar así- somos conocedores de que seamos líderes en España en su desarrollo. Las empresas norteamericanas y centroeuropeas son las que centralizan la búsqueda de eficiencia en una tecnología cuyo concepto es simple pero en el que los ajustes técnicos son esenciales para alcanzar los máximos rendimientos.
Tampoco son plenamente seguras, y, desde luego, son poco estéticas. Se están silenciando los accidentes provocados por generadores eólicos cuyas aspas se rompieron y aparecieron a varios kilómetros, al fallar los mecanismos disyuntores en momentos de viento huracanada, y tampoco se habla de incendios en paneles solares. Por ejemplo.
Tampoco nos fiamos de que quienes defienden una forma u otra de energía sean ecuánimes. No tenemos elementos para acusar a nadie, porque no nos dedicamos a hacer periodismo de investigación ni a levantar las faldas ni el velo de fundaciones e intereses particulares.
Pero nos sorprenden algunas defensas tan enardecidas de quienes no nos consta que tengan una cualificación técnica adecuada, como nos hemos quedado de piedra con apoyos sin fisuras de políticos que, luego, quedó al descubierto que tenían intereses en empresas de las tecnologías que apoyaban.
Y puesto que no existe un criterio unánime respecto a lo que hay que hacer, ni aquí ni en Alemania, ni en Estados Unidos, preferimos estar entre los que observan y no entre los que financian el caldo gordo de intereses desconocidos.
Porque ya tenemos bastante con tratar de solucionar los viacrucis abiertos. No es la primera vez que unos animosos, enarbolando ahora las sacrosantas banderas del respeto a la naturaleza y creación de bienestar y puestos de trabajo, nos convencieron de que estábamos disfrutando de tierras donde los ríos eran de miel y las plantas producían hogazas y chorizos, ocultándonos que, en realidad, estábamos ya metidos hasta el cuello en el fango del fracaso.
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