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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre lo que nos ocultan los economistas y las fricciones en la búsqueda

Si hemos entendido bien, los respetables profesores a los que se ha concedido en 2010 el Premio Nobel de Economía -Pissarides, Mortensen y Diamond- han descubierto que la razón por la que los mercados no funcionan bien es que existen faltas de comunicación entre los agentes.

Esos defectos de información provocan falsas decisiones, fricciones en la búsqueda de las soluciones. Y, en el sector del trabajo, justifican el que haya bolsas de paro cuando, en realidad, existen vacantes por cubrir.

No se han quedado ahí, claro.

Entre los modelos que han analizado, han introducido variables que vienen a demostrar que, por ejemplo, a partir de un determinado nivel, cuanto mayores y más generosas son las prestaciones por desempleo, más paro pueden generar, pues desincentivan la búsqueda de trabajo.

Leyendo la divulgación de sus pesquisas en los media, se puede sacar la impresión de que el Premio Nobel de esta especialidad del saber (que es, como toda ciencia, probablemente, vecina con puerta de la del no-saber) es, de entre todos los galardones, el que resultaría más fácil de conseguir, si nos pusiéramos a ello; es la que se vende más barato, vamos, que diríamos en lenguaje castizo.

No debe ser así, sin embargo. Lo que seguramente pasa es que los mortales de medio pelo no estamos preparados para entender las sutilezas de los análisis macroeconómicos, porque solo nos preocupamos de lo nuestro. Nos creemos que hemos venido a este mundo solo para hablar de nuestro libro (como Francisco Umbral en TVE).

Solo las mentes privilegiadas pueden distinguir perfectamente entre los intereses generales, que afectan al bien común, y los que afectan a los bienes de cada uno. Estos, los intereses de cada uno, son, a diferencia de los otros, muy fáciles de medir, ya que los instrumentos para su valoración están relacionados con la satisfacción personal de cada quisque, y aquí no dejaremos a ningún Premio Nobel que nos meta la mano, porque nadie sabe mejor que uno mismo dónde le aprieta el zapato.

Hay que dejar que sobre la justicia de la concesión del Nobel a estos pensadores, opinen solo los de su tamaño intelectual. Tranquiliza, por tanto, que Paul Krugman, otro macroeconomista galardonado con el mismo Premio -y , en consecuencia, reconocido gigante de los análisis que afectan al bien común- haya comentado que el Premio estaba "muy merecido".

Krugman, como es sabido, figura entre los asesores del Presidente español y es. además, editorialista casi convulsivo en el periódico El País, que resulta, junto con su blog, fuente preciosa para seguir la evolución de sus reflexiones.

La capacidad de Paul para adelantar lo que nos va a suceder a los españoles lo ha convertido en un referente inexcusable a la hora de acudir para provisionarse a la farmacia, antes de que se agoten los profilácticos. Hace casi dos años, ya indicaba que lo que había que hacer para solucionar la pésima situación a que nos había conducido en España la burbuja inmobiliaria era "bajar los salarios" ("The only alternative is wadge cuts").

Por la misma época, y lo decimos sin falsa modestia, a nosotros ya se nos había ocurrido que la alternativa estaba no solo reducir los salarios, sino en aumentar la productividad, es decir, trabajar más.

La primera de las medidas es dolorosa, porque reduce el poder adquisitivo de los que viven de su trabajo.

La segunda, sin embargo, no solamente aumentaría el producto interior bruto colectivo -a poco que se acertara en elegir lo que se desea producir- sino que resultaría una fuente de satisfacción en lo individual. Puesto que trabajar más, ayuda a mantener ocupado un tiempo que, de otra forma, se dedicaría a maldecir al gobierno, quejarse de la propia mala suerte o, lo que es peor, ver obsesivamente partidos de fútbol entre extranjeros mientras se consume cerveza holandesa, con nueces de Macadamia en pantallas de plasma importadas de Alemania.

Por cierto, esta última afición a ver, analizar, discutir y extrapolar las acciones de varios atletas dándole a un cuero inflado, tiene un efecto nefasto múltiple. Por una parte, aumenta los ya altamente excesivos emolumentos de esos malabaristas,provocando más desánimos y fricciones entre los currantes de a pie (a pie flojo, se entiende), y falsos incentivos de la niñez hacia el fútbol como solución de futuro, distorsionando el mercado del trabajo.  

Por otra, reduce las cantidades que se podían dedicar a crear verdadera competencia por la calidad, pues dichos superhéroes de la pelota son utilizados para darnos consejos sobre qué comer o vestir, donde meter el dinero que nos sobra o qué coche comprar, lo que, además de instigarnos a consumir lo que cada vez podemos permitirnos menos, nos impele a no analizar lo bueno de lo malo por nosotros mismos.

De estos análisis, y llevando la anécdota a categoría, que es lo que está de moda, resulta fácil sacar la conclusión, por tanto, de que lo que nos ocultan, adrede, tenemos que suponer, los macroeconomistas es la mitad de las soluciones y, seguramente, la que nos produciría más satisfacción.

Se deberían pedir responsabilidades de tal actuación omisiva. 

Aunque, más que analizar formas de solucionar el desaguisado desde dentro, se podría pensar en una tercera variante: romper la baraja, olvidarse del mercado,  y de su supuesta asignación eficiente de recursos, de las empresas que maximizaron ayer su beneficio y hoy quieren convencernos de que lo que más les preocupa es optimizar la Responsabilidad Social Corporativa, y empezar a distribuir nuevas cartas, con otras reglas de juego.

Podemos soñar con esas nuevas reglas, en las que se premie la seriedad en los comportamientos, la eficiencia en los resultados, la honestidad como principio irrenunciable, el respeto a la inteligencia y a las canas, el menosprecio al oportunismo, el cuidado desprendido a los débiles y necesitados, y se estimule la formación permanente, la cooperación entre todos, la máxima solidaridad, la renuncia a la guerra y a cualquier apropiación por la fuerza, ...

Perdonen que nos hayamos dormido.

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