Sobre el desarrollo insostenible
Desarrollo sostenible, cambio climático, calentamiento global, mundo globalizado, energías alternativas, consumo responsable, producción ecológica, muerte digna, despido improcedente, etc. son solamente ejemplos apurados de la facilidad con la que nuestra sociedad recurre a estereotipos que, si alguna vez significaron algo, acaban convirtiéndose en simples referencias de la ligereza con la que olvidamos la intención por la que reflejábamos en su momento una inquietud y la caracterizábamos con un término nemotécnico.
Con esos trucos, nos concedemos permiso para anestesiar lo que nos dolía, adentrándonos, cada vez con mayor tranquilidad, por los terrenos que habíamos acotado como zona sagrada, y alfombrado de letreros admonitores de "Danger, Public Proprerty, Do Not Trespassing"
Las tres vertientes del concepto básico del desarrollo sostenible, social, económica y ambiental, son vulneradas, de forma aislada o conjunta, con persistencia, y, sin embargo, sus contraventores siguen apelando su preocupación por cumplirlas y su voluntad de realizar ese objetivo.
Digámoslo simplemente: cualquier desarrollo es insostenible. Es decir, se realiza con vulneración del principio de sostenibilidad haciendo aguas por algún lado. No sabemos los humanos hacerlo de otro modo, desde nuestra voluntad firme de consumir cuanto tenemos a nuestra disposición, sin que nos ocupe, más allá de lo que tenemos cerca de nuestras narices (y, en este caso, para cerrar los ojos, o acusar al vecino), a qué o a quienes afectamos.
No es siempre el ambiente siempre lo más perjudicado por nuestro desarrollo insostenible. Hemos conseguido acallar su vulneración, con Informes de Sostenibilidad, etiquetas verdes, responsabilidades ecológicas. Eso nos tranquiliza. Sabemos hacer magníficos informes que probarán que las fábricas y artefactos no influyen sobre el ambiente, hemos aprendido a pintar de verde lo que nos afea la visión, compensamos con dinero las protestas de quienes más chillan. Y cuando creemos que nadie nos observa, abandonamos nuestra basura en el patio de otros.
No será tampoco lo económico lo que nos detenga. Sabemos calcular lo que nos cuesta deteriorar nuestro hábitat en virtud del desarrollo. Hemos hecho esfuerzos importantes para introducir algunas externalidades en los costes de la producción contaminante, y sabemos cómo desplazar a países menos exigentes ambientalmente -por estar más necesitados, obviamente- las producciones más enojosas. Desde luego, estamos dispuestos a plantar cinco o diez árboles -preferiblemente de crecimiento rápido- por cada sequoia, tejo o roble que debamos talar en aras de nuestro desarrollo sostenible; o mantener en jaulas adecuadas las especies animales que hemos conseguido exterminar. Para asombro de las próximas generaciones.
Y claro está, lo social no habrá de ser, ni mucho menos, obstáculo. Hace ya tiempo que nos venimos convenciendo de las variadas categorías de seres humanos que nos vemos forzados a la coetaneidad. Ricos y pobres, gentes educadas o iletradas, civilizados o salvajes, altos o pigmeos. Algunos de estos supuestos semejantes están seguramente próximos a los grandes primates y, por eso, preocupados por el bienestar de todos y un trato justo, estamos obsesionados por dotar a estos seres con los que compartimos tantísima carga adn-al de una Reglamentación que impida su utilización interesada. Como haremos, a su debido tiempo con la Drosophila melanogaster. Qué respiro.
Desarrollo insostenible, ya.
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