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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los que seleccionan y sus propios méritos

No es una reflexión muy tranquilizadora: en no pocos los casos, los que seleccionan han sido elegidos a dedo.

Lo más curioso, sin embargo, no es el procedimiento que les ha permitido a ellos, los que forman parte de los tribunales de oposición o de los concursos de selección, alcanzar sus posiciones de ventaja, sino el empeño con el que se dedican a dificultar el acceso de los novatos a sus estatus.

La razón puede ser doble, o quizá triple. Desde luego, un proceso de selección que exija difíciles programas, complejos ejercicios de temarios más o menos azarosos, prestigia a los que están ya en el puesto al que los demás mortales anhelen llegar. Es una forma estupenda de cualificar, no ya a los que quieren, sino a los que ya tienen.

Pero, como todo en la vida, hay más motivos. No debe ser pequeño el que permite, cuando las pruebas son muy exigentes, elegir a quien les venga en gana a los que escogen. Los candidatos se quedarán con la copla de que la prueba ha sido muy difícil, y no reclamarán, aquietándose, si en los primeros puestos se han situado desconocidos cuyo mejor mérito real es ser amigo de alguien del estricto Tribunal o haber tenido la suerte de recibir el soplo de dos o tres preguntas la noche antes.

En nuestro país -suponemos que en todos, pero el caso es éste-, ha habido siempre momentos que han sido aprovechados por algunos para auparse en los machitos. La guerra incivil, desde luego, significó una oportunidad excelente para que se incorporaran cátedros, jueces, funcionarios, directivos, cuya capacidad probada era haber resistido una contienda en el bando vencedor.

No ha sido la ocasión única, y en la que los beneficiados están ya casi todos muertos, aunque hayan dejado sus descendencias en el campo. La nueva democracia de los setenta, los cambios de signo en los gobiernos, nos han dejado igualmente sus herencias. Penenes que pudieron hacerse catedráticos por el mérito de estar allí en el tiempo oportuno, jueces que quemaron las cejas un par de años dirigidos por preparadores que sabían lo que se tenía entre manos, funcionarios de confianza a los que se arbitró un concurso restringido que sacaron con la gorra. Etc.

Hoy día, en el que la situación ha madurado, los procesos de selección -de personas como de empresas- tienden a aparentar la transparencia, divulgando convocatorias en las que se precisan temarios, condiciones, baremos y fórmulas de acceso a puntuaciones, que forman en realidad un tejemaneje de complicados caminos de acceso al mérito oficial.

No nos engañemos. Es muy probable que el pliego de condiciones haya sido preparado por el candidato preferente, que el mérito al que se concede mayor puntuación sea el que solo poseen los que se desea que alcancen el premio en disputa.

Un concurso tiene, en sí mismo, los gérmenes del engaño. Pocos son los capaces que pueden demostrar, de veras, su conocimiento y actitudes con un examen o con una oferta de respuesta a un pliego de bases con un par de trampas cuyo manejo solo conoce el que las puso.

Lo que es más difícil es enmascarar un currículum, trampear en toda una actuación vital o empresarial.

or eso, sorprende el empeño -repetimos- con el que los que tienen la plaza y ocupan un sitio, se esfuerzan en exigir pruebas imposibles en concursos de tramas muy difíciles para acceso a lugares apetecibles, a los que se presentan cientos de candidatos a resultar desengañados.

Plazas que, por cochina casualidad, suelen ganar familiares, amigos, correligionarios de los ya sedentes, o, en sus casos, las empresas que ya han venido prestando sus servicios en precario por asignación digital, o haciendo de urgencia alguna obra que ha servido también para mejorar los predios del preboste.

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