Sobre la ley del péndulo
La ley del péndulo, en su acepción sociológica, es decir, cuando se utiliza para reflejar los cambios en las sociedades, es una ley empírica. Como todas las leyes que parecen regular los comportamientos humanos, no se puede demostrar. Se observa su validez, pero se desconocen las razones concretas por las que, después de haber avanzado excesivamente en una dirección, la misma colectividad que había hecho el recorrido se mueve con velocidad hacia el lado contrario.
Los ejemplos son numerosos, desde luego. Las dictaduras caídas son sustituídas por períodos de libertad que confluye peligrosamente con el libertinaje. Y viceversa, los desmanes revolucionarios conducen a fases de tranquilidad acomodaticia que favorecen la aparición de presuntos salvadores que acaban haciendo lo que les viene en gana, junto a sus camarillas.
A escala local, la ley del péndulo se cumple igualmente. Los hijos de padres sufridos y trabajadores tienen propensión a gandulear y a despilfarrar lo heredado -y si ellos resisten la tentación, sus nietos se encargarán de no dejar vestigios-. Una descendencia devota apunta hacia unos precursores disolutos y agnósticos; una madre que vivió constreñida invitará a su hija a que aproveche sin límites los encantos de su juventud . Etc.
Por supuesto, el fondo del asunto está en la necesidad de equilibrio que es sentida como un móvil universal del individuo humano. Lo extremo repugna. Las crisis, duelen. El revolucionario, incomoda. Por tanto, cuando un colectivo, grande o pequeño, "siente" que se ha llegado demasiado lejos, de forma inconsciente, fuerza el retorno a lo que estima como normalidad. Pero, incapaz de calcular bien el tiro, perdida la referencia del hilo neutro, se sobrepasa en dirección contraria.
El conocimiento de la ley del péndulo resulta un magnífico referente cuando se puede detectar que las cosas han llegado a su máxima elongación, a su recorrido mayor, y corresponde, después de un momento de quietud, -solo apariencia, como es sabido- lanzarse a progresiva velocidad a deshacer lo hecho.
Estamos en un momento de máxima elongación, por variados síntomas. Se percibe que hemos llegado demasiado lejos en libertad, en desarrollo económico, en disfrute egoista de lo disponible. Nos han mentido los que controlaban que todo iba bien, enriqueciéndose con nuestra credulidad.
Vendrá, pues, un momento de quietud -se oirá el rasgarse las vestiduras, ponerse ceniza en las cabezas, el crujir de dientes, el preguntarse qué hemos hecho, se pedirá perdón aunque con la boca pequeña-. Luego, quienes nos dirigen nos lanzarán, ganada nuestra confianza hacia el estado contrario. El objetivo será provocar la catarsis general; el suyo, el de los que nos guían, no habrá de cambiar; para qué.
Viviremos, pues, nuevas sensaciones.
Sirvan de orientación algunas pinceladas.Más control estatal, que estará concentrado en menos manos; proliferación de leyes más restrictivas y, por tanto, mayores facilidades de vulnerarlas por los poderosos; creación de grupos de poder más selectos por ser menos permeables (mismos perros, nuevos collares); limitación de las libertades -educativas, generales, financieras, personales-, sacrificadas en aras de la reducción del gasto público; aumento del ahorro privado y recesión del consumo; triunfo de las posiciones más conservadoras en los temas más sensibles: ambiente, energía, desarrollo...
No importa lo que digan hay que fijarse en lo que hagan. Dentro de unos años, los que nos sigan en la señal de la fe, descubrirán que ha llegado el tiempo de volver a preguntarse qué está pasando, se propondrán medidas, y el péndulo social seguirá su curso inexorable.
Enseña la historia que solo muy de tarde en tarde, la ley del péndulo no se cumple, y una generación es capaz de construir sin necesidad de destruir lo que los predecesores han creado. No parece que vaya a ser la nuestra.
0 comentarios