Sobre la fama, el prestigio y el mérito
Con el título de este Comentario se celebró en el extinto restaurante AlNorte, en Madrid, una cena-tertulia en la que los asistentes debatieron sobre el sexo de estos tres ángeles, llegando a conclusiones, sino definitivas, por lo menos, bastante divertidas, que era de lo que se trataba.
De todas estas tertulias se guarda acta cuidadosa, para memoria de presentes y gozo de la posteridad, cuando, dentro de unos cuantos siglos, se descubran esos debates al abrir alguna cápsula del tiempo, de esas que se han puesto tan de moda, y que van poblando los patios y jardines de los edificios públicos, junto con las estatuas de próceres locales cuyo mérito presuntamente más destacable, en relación con sus contemporáneos -y nada digamos en conexión con sus predecesores en hollar la Tierra- fue estar más cerca del que manejaba los dineros con que pagar al fundidor.
El tema del mérito da para muchas vueltas. Hoy, lo que nos apetece es recordar que la mayor parte de los que se encuentran encumbrados en nuestra sociedad, no han tenido méritos para llegar hasta allí, sino que les han sido atribuídos a posteriori.
Eso no impide a los que ya tienen el puesto o la prebenda, constituirse en los más feroces juzgadores de quienes pretenden llegar a donde ya están, imponiéndoles trabas y pruebas de mucha dificultad, -que, obviamente, aquellos jamás hubieran podido superar en su momento-, reservándose así cuotas de discrecionalidad que aplican como les sale de los caireles.
Bienaventurados los que no han conseguido alcanzar la posición que les hubiera correspondido por su esfuerzo y méritos, al serles impedido acceder por quienes estaban puestos allí por el nepotismo, la trampa, la desfachatez, el clientelismo, la maliciosa oportunidad o la incuria, porque ellos tienen el consuelo inquebrantable de nuestro aprecio.
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