Sobre curas y castañares
Los curas siguen sin subirse a los castaños, -¿ha oído el lector alguna vez que "nunca vióse un cura caer duna castañar en baixo?-.
Pero habrá que estar atentos a los movimientos de la curia, porque el hallazgo de sucesos muy poco probables, comparables con la remota posibilidad de que un tonsurado se caiga de un castania sativa, se ha hecho incomparablemente más arduo.
Ejemplos de sucesos imposibles que han cobrado realidad, los hay a millares:
Una oficinista madrileña muere aplastada por un elefante (estaba de safari fotográfico en Kenia); un portugués con pantaloncito corto es capaz de llenar en solitario uno de los estadios más grandes del mundo sin ofrecer más espectáculo que el haber cobrado una pasta gansa por hacer el ídem-macho; un presidente del país más poderoso de la Tierra (hoy, todavía, EEUU, mañana, China) pierde su cargo, obtenido después de una agotadora campaña electoral, por haber dejado que una becaria le hiciera una paja en la intimidad (con perdón); otro presidente, éste de un país bastante conocido por sus corridas de toros (con más perdón), tira a la basura un informe de un Consejo Asesor Técnico, certeramente fundado, para guiarse por la intuición de su mago de cabecera...
Lo único que parece mantenerse en su puesto de verdad incontrovertible es la nula relación de los curas y las zonas altas de los castañares.
Aunque, tal como se han puesto las cosas, si ven a un ensotanado arremangarse el faldón y mirar hacia lo alto de un castaño con animus trepandi, avísennos con un eseemeese, porque inferiremos que el fin del mundo está todavía más próximo de lo que imaginamos.
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