Sobre cargos, poltronas y oportunidades
A riesgo de repetirnos (la presunción de originalidad tiene sus límites), queremos dedicar el Comentario a quienes, superada ampliamente la edad y vencidas una buena parte de las neuronas, se aferran a los puestos a los que se les aupó -o se auparon- ya hace décadas.
El síndrome es general, y terrible, en aquellos que llevan tiempo en el poder, ejerciendo dominio desde parcelas grandes o pequeñas. Quieren permanecer, perpetuarse. Nos pretenden convencer de que no hay nadie mejor que ellos, de que lo hacen con su sacrificio, de que nos quieren preservar del caos.
Es todo mentira. Sin necesidad de juzgarlo con ninguna atención, si alguien se postula para continuar en la poltrona, nos está haciendo fácil, muy fácil, reconocer la verdad. No la suya, la de todos. Está sacando provecho, su provecho, de la gestión de lo común. No quiere abandonarlo porque está seguro de que, si lo deja, ya no disfrutará de las prebendas.
No hay que pensar exclusivamente en beneficios económicos, pero también. Gastos de representación, viajes y hoteles pagados, prestigio social, oportunidades de poner el careto en ciertos actos, figurar entre próceres, ser invitado a ceremonios, eventos y comidas. Todos estos pequeños adornos de un cargo de honor, sirven para hacerlo apetitoso al que está en él y, en general, no concitan atractivos para los que ni siquiera alcanzan a imaginar lo que se cuece en ellos.
Más grave es, sin duda, la postura de quienes proclaman el sacrificio que representa para ellos mantenerse en el cargo, cuando en realidad le están sacando el jugo económico que pueden, utilizando la "ventaja" del escaso control tradicional que tienen algunos puestos. Patronazgos de Fundaciones que no conoce ni Rita, Juntas directivas de consejos y colegios profesionales que languidecen entre incactividad y comiloneas, empresas y empresillas de promoción local, regional o nacional, que nada activan, delegaciones y delegacioncetas de administraciones públicas y parapúblicas que sirven a la mayor gloria de extraños personajillos de la periferia política.
Este cuadro forma parte, sin duda, de la Carpetobetonia secular, una combinación de desfachatez para aprovecharse de las oportunidades de mejorar la comodidad de la propia vida a costa de la ignorancia y la desidia de los que, sin saberlo tal vez, están aportando las cuotas, las tasas, los impuestos o los aplausos que son tan torticeramente administrados desde las poltronas.
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