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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los índices de papanatismo y su interpretación

Ahora que casi todos entienden de derecho y economía, bien estaría introducir un nuevo índice, que permitiera contrastar, desde las referencias históricas, esos otros índices que tan profusamente se utilizan para justificar lo mal que van algunos y hacernos olvidar quién o quiénes fueron más culpables.

Contra el índice de solvencia, el índice de papanatismo. Contra desfachatez, estulticia.

Será necesario hacer un somero repaso histórico de cómo se ha configurado un tercer índice, que es el de la credibilidad, que las economías más desarrolladas de la comunidad internacional, sin preguntar a nadie más, se están aplicando a sí mismas con los mayores ratios. Veamos unos pocos ejemplos.

No han sido los alemanes los que iniciaron y mantuvieron  en el lejano siglo XX dos guerras expansionistas desde su base europea que, especialmente la segunda, fueron aprovechadas para realizar algo de limpieza cultural y mejorar la concentración de la riqueza. No fueron los culpables del llamado exterminio judio (y, de paso, de algunos millares de desgraciados rojos y expatriados que pasaban por allí).

Fueron los nazis. Además, se mantuvieron, hasta hace poco -y subsisten, en algunos sectores eruditos-, serias dudas de que tal aberración, impropia del ser humano, pero que tanto contribuyó -en su caso- a mejorar la ciencia, hubiera existido. Sin olvidar que los judíos no fueron exterminados; existen, y muy boyantes y activos. Que se lo pregunten, entre otros, a los palestinos.

Tampoco fueron los ingleses e irlandeses los que exterminaron a los pueblos indios de la América del Norte, que, lejos de vivir una pacífica existencia en contacto con la Naturaleza que el buen Dios les había regalado, se mataban unos a otros. Fueron una facción fundamentalista de la metrópoli, respetuosa con las creencias propias, y no hubo tal destrucción ni usurpación de propiedades de otros y, si la hubo, que se fastidien, porque no se podía permitir a aquellos primitivos con taparrabos que no reconocieran la superioridad del hombre blanco.

No fueron los actuales belgas, holandeses, franceses, alemanes o ingleses los que maleducaron a líderes de países a los que desposeyeron de sus riquezas básicas y, cuando el reloj de la historia señaló un ligero cambio de rumbo, prefirieron seguir la explotación recursos y gentes bajo la forma de ayuda al desarrollo. Fueron otros, desde otras repúblicas.

Pero, en cambio, fuimos los españoles, los de ahora, los que tenemos la responsabilidad de haber descubierto la placidez con la que vivían los indígenas de Centro y Sudamérica. Les hemos expoliado, destruído su cultura, convertido a los supervivientes en esclavos y enriquecido a su costa. Tenemos una deuda eterna contraída con esos pueblos, como nos lo recuerdan líderes con vocabulario revolucionario, en nuestro lenguaje, con apellidos inequívocamente españoles y una piel que proclame a las claras su mestizaje.

Tendríamos que pedir perdón a estos pueblos y al mundo en general, por lo que les hicimos. Pagar nuestras culpas hasta la expiación absoluta, arrastrando nuestros imperdonables pecados como una lacra estampada en cada rostro español y, quizá debamos corregirnos, castellano (o, más precisamente, hispano no catalanovasco).

No importa que ni siquiera la institución más poderosa en credibilidad -su fuerza proviene de la divinidad-, la Iglesia católica, no sea capaz de reconocer su culpabilidad por nada de lo que hicieron -no ya sus fieles, sus mandatarios más cualificados-, en defensa de la misma fe que hoy se predica.

Porque, junto a salutíferas actuaciones, no siempre recompensadas con el reconocimiento terrenal,  desde la cúpula eclesial se desarrolló una frenética actividad en beneficio del más acá, propiciando Cruzadas, apoyando exterminios, generando estrambóticos autos de fe, impulsando crueles inquisiciones, preparando exquisitos martirios para quien pensara diferente -en lo religioso y en lo científico-, y, también, ocultando aberraciones y expolios, pederastias, violaciones y estupros, enmascarando con cuidado exquisito datos y encubriendo culpables.

En el índice de papanatismo los españoles ocupamos la categoría triple A. Cuando lo combinamos con la rebaja a la categoría AA+ de nuestra deuda pública, se entenderá mejor la relación inequívocamente entre ambos. Alemania, para salvar a la economía griega -comportamiento siguiendo fielmente el libro  del ahogado por parte del presidente Papandreu ("Si no me salváis, moriréis también vosotros")-, exige un plan severo. España no solo no ha exigido nada a cambio, sino que nuestro Gobierno ha presentado la operación de préstamo incluso como una operación rentable. 

Pensamos que nuestro Gobierno vive en un país distinto al de la realidad en la que nos vemos obligados a habitar el resto de los españoles. Aquí tenemos paro, falta de productividad, de ideas, desplazamiento de los mejores por los mediocres e incompetentes. Vemos mucho fútbol pero poca economía, nada de impulso industrial. Hay mucho proceso judicial y mucha palabrería vacua, pero escasa educación para saber, incluso para saber estar.

Hay signos de esperanza. Quizá el índice de papanatismo se esté concentrando en la cúpula de nuestro ejecutivo. Quizá la salvación esté próxima y podamos enterrar la incompetencia y ese síndrome de estúpida culpabilidad improductiva en las próximas elecciones, para concentrarnos en el interés de todos los españoles. Quizá sea llegada la hora de dejar las alianzas de civilizaciones y la búsqueda de la sustentabilidad mundial o la protección ambiental apoyando energías verdes, pero que muy verdes -entre otras banderas- cuando estemos seguros, no tanto de que nos siguen, sino de que formamos parte del pelotón de los más listos.

Preguntamos, ¿hay alguien más ahí? ¿Hay más oposición que la que se sienta en el Congreso o en el Senado? ¿De qué se ríen, señores diputados? ¿De nosotros?

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