Sobre lo que ensucian el agua los políticos
Cuando un político descubre -o le descubren- un tema y, sin saber cómo resolverlo, lo toca y manosea, generalmente lo emponzoña. Lo enmierda, tal vez para siempre. Prisioneros de sus improvisaciones, siguen, erre que erre, empecinados en defender lo que les pareció en un momento dado como más oportuno. No ayudan, por eso, a que la colectividad que dicen representar encuentre la solución más ventajosa para todos, sino que la dividen en posiciones encontradas que nunca debieron haberse planteado.
En su comportamiento, tienen similitudes con los extraterrestes, a los que el excéntrico científico Hawking, que cree firmemente en su existencia, aconseja no contactar para correr el riesgo de sufrir grandes calamidades, como las que sucedieron a los indígenas del continente americano a partir de 1942, contaminados y colonizados por sus "descubridores".
El tema del agua -como el de la energía o el de la solidaridad interregional- es uno de los que, en nuestra España semiárida, viene sufriendo de la falta de resolución de los políticos. Convertido en tema de controversia permanente, no se toman decisiones. Por el contrario, cuando no se discutía sobre el agua más que en algunos foros profesionales, se hicieron aquí presas y pantanos, aducciones, depósitos y redes.
Si se hubieran sometido a discusión política, no se hubiera hecho seguramente nada.
Por supuesto, cuando no había polémica oficial sobre el agua, se toleraron muchos aprovechamientos del recurso bajo la norma del que más chifle, capador. Se hicieron tomas de ríos y acuíferos, se envenenaron campos con pesticidas, y se regaron con aguas fecales las verduras.
En los ríos del norte del país había salmónidos, en las rías se mariscaban deliciosos crustáceos y en las costas se podían conseguir más peces de los necesarios para una cena. Hoy, con inmensas sumas de dinero empleadas para cuidar el ambiente, ni los ríos ni sus orillas están mucho más limpios -algunos, peor- ni las costas menos contaminadas -la mayoría, peor- ni las desigualdades territoriales han disminuido -por el contrario, han aumentado.
Los Sres. Barreda y Cospedal (la segunda, del género femenino, y atractiva, aunque con conspicuos redaños), andan a la greña porque el primero ha accedido a disminuir la reserva estratégica de agua para Castilla-la Mancha a 4.000 hectómetros cúbicos. Del orden de 2.500 hectómetros cúbicos menos que el número en que se había fijado la reserva, cuando se pactó el texto del trasvase Tajo-Segura.
Si alguien se toma la molestia de leer los textos del presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda -casi 30 años de PSOE en el poder- y de María Dolores de Cospedal, candidata a derrotar ese largo período de socialismo suigéneris, en las elecciones de mayo de 2011, sobre el agua y el Estatuto en la región, no entenderá nada.
Porque el agua está sucia, muy sucia, y no hay forma de ver nada de lo que se mueve debajo. Puede que sea aconsejable no contactar con los monstruos que habrán crecido en un medio tan opaco en tantos años de indefinición hidrológica, no vaya a ser que nos devoren.
Lo que no nos impide afirmar, y alto, que el agua es un elemento central de desarrollo regional y que la naturaleza de las cosas no se puede distorsionar sin contraprestaciones. Es una falacia grave indicar que los recursos naturales "sobran" en una región, cuando lo que "faltan" son otros recursos -fundamentalmente, económicos-.
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