Sobre la biodiversidad, el desarrollo sostenible y responsabilidad social corporativa
(Nota previa: Hoy aparecen publicados dos Comentarios, porque el de ayer, que estuvo visible durante gran parte del día, sufrió una transmutación genética indeseada y durmió toda la noche del 18 al 19 de marzo de 2010 archivado como "Borrador")
Biodiversidad, desarrollo sostenible, responsabilidad social corporativa, son denominaciones convencionales de conceptos, realmente, muy abstractos. Cada uno se los puede imaginar como quiera, y ello a pesar de que ya existe alguna legislación al respecto. Tomemos, como primer ejemplo, la biodiversidad. Es difícil encontrar una expresión más sometida a variabilidad interpretativa que ésta.
La madre de las Biodiversidades podría responder, quizá, al deseo de expiación del Hombre, tradicional malfactor sobre la naturaleza, de evitar que prosiga la actuación perniciosa de los seres humanos sobre ella, limitando en adelante las intervenciones sobre el medio (llamado también "ambiente") a las que les apetezca autorizar a unos pocos, legitimados para decidir lo que hace daño y lo que no.
La idea de biodiversidad no será, sin embargo, la misma se uno se encuentra en un enclave selvático del Amazonas o en los alrededores de Madrid.
Para el citadino matritense puede resultar una proeza biodiversificadora ver varias urracas disputándose unos mondos de fruta entre las palomas urbanas. En el Amazonas, la biodiversidad no es observada más que por otros seres biodiversos, hasta que la tranquilidad se rompe por la llegada de un turista concienciado, amante de lo natural, y que puede permitirse pagarse el viaje, el hotel de lujo y las vacunas para llegarse hasta allí.
Porque el perfecto observador de la biodiversidad amazónica es (salvando cuatro científicos haciendo inventarios y cien indios a los que la civilización no ha quitado el taparrabos) un turista, bien provisto de una cámara de muchos píxeles y varios gigas. Su conquista biodiversificadora será hacer abstracción de la cantidad de anhídrido carbónico que ha generado su proeza de búsqueda de lo genuinamente natural, para poder enseñar a la velta, a sus amigos, en una TV de plasma de última generación, la producción virtual de su huella contaminante trasnmutada en mayor perturbación del medio natural, hasta entonces, casi impoluto.
La obstinación por querer presentarnos como desarrollo sostenible, no ya lo que no es, sino lo que no puede ser, ha merecido ya, por nuestra parte y la de otros, suficientes consideraciones para excusarnos el repetirlas aquí. No es posible que las generaciones futuras vayan a disfrutar de las mismas condiciones ni sociales, ni económicas ni ambientales, que las actuales, y ni falta que hace. No hay sostenibilidad posible, ni desarrollo sostenible.
El progreso del ser humano ha consistido en la combinación, decidida de forma consciente o aleatoria, de un punto de equilibrio inestable entre esas tres variables (y, por supuesto, de muchas más), en el que instalar su vida y la de otros. Nuestros nietos no tendrán el mismo ambiente, ni la misma idea de bienestar económico, ni (ojalá) se regirán por las hipócritas convenciones de solidaridad que arrastamos como parte sustancial de nuestros egoísmos, recelos y miedos, personales y colectivos.
¿Y su habláramos de la Responsabilidad Social Corporativa?... ¿No sería esta la perfecta ocasión, en la profunda crisis en la que estamos, para que esas empresas que presumen de sus preocupaciones por la colectividad, escribieran menos informes y nos demostraran, muy a las claras, qué saben hacer con las plusvalías que han conseguido en épocas de bonanza? ¿O es que el concepto de RSC es también un término variable, acomodaticio a lo que a cada uno le parezca para enmascarar la apetencia en incrementar el propio beneficio, aunque fuera a costa del bienestar de los demás?
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