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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre las corridas de toros y otros espectáculos soeces

Hay ciertos temas que no admiten, considerados seriamente, mucha discusión. Son objetivamente perversos. Ponemos algunos ejemplos: la esclavitud, la prostitución, el enriquecimiento a costa de la debilidad de otros, la pedofilia, el racismo, ...

Todos los ejemplos anteriores tienen como sujetos pacientes a otros seres humanos. Algunos, creen que el maltrato a los animales debiera incluirse entre los actos abominables. Especialmente, aquellos que se cometen con los animales más parecidos a nosotros, los mamíferos.

Nadie podría negar que las corridas de toros, fiesta nacional española, son un espectáculo. Han inspirado a miles de artistas, que reflejaron en pinturas, esculturas, fotografías, y otras formas de expresión, las posturas, los colores y las composiciones de la confrontación desigual del torero con el toro. Están muchos de los elementos que causan conmoción al ser humano: la lucha de la fuerza y la razón, la sangre, la estética de lo grácil junto a lo brutal, y el triunfo del aparente débil frente al gigante.

El espectáculo también está fuera de la arena. El ambiente, los aderezos que ilustran una tarde de toros, el calor, el flirteo, la discusión, el compadreo, la diversidad de opiniones, el estallido de complacencia o disgusto ante lo unánime.

Las corridas de toros son un espectáculo soez. Coincidimos, desde luego, con lo expresado por Pérez de Ayala: "Si fuéramos autoridad para poder prohibirlas, las prohibiríamos de inmediato. Pero como no lo somos, no nos perdemos ni una."

No son el único espectáculo soez, ni el más cruel, ni el que debiera ocupar el primer lugar de las atenciones de los más sensibles en corregir los, desgraciadamente, múltiples ejemplos de maltrato. Habría que empezar por los que sufren las personas, si no queremos que todo se quede en una manifestación elegante, una postura de diletantes.

Eso sí, creemos que las corridas de toros no perderían nada sustancial como espectáculo si se suprimiera la llamada "suerte de matar", "la hora de la verdad", ese momento en el que el toro, ya vencido, es atravesado por una espada no siempre certera al primer golpe.

Porque, a diferencia de otras acciones dirigidas contra animales que sí deben terminar necesariamente con la muerte de los segundos, sean o no tenidas como espectáculo o diversión individual o colectiva, el toro muere, en los últimos minutos de la faena, no como culminación del espectáculo, sino como justificación final del poderío del hombre sobre la bestia, para catarsis colectiva.

Lo mismo que se pudiera decir del ajusticiamiento de un convicto: la pena de muerte no libera a nadie, no satisface a nadie, simplemente demuestra indiscutiblemente (a los que quedan) quién manda aquí, quién es el dueño de la vida.

Por cierto; no hay espectáculo más soez que el que lleva a contemplar la muerte -no importa cómo- por "ajusticiamiento" de quien ha resultado convicto y condenado a la "máxima pena". Cuando vemos las fotografías y otros testimonios gráficos que muestran, a los "espectadores invitados" al acto de extrema crueldad por el que un ser humano, por deplorable que haya sido su comportamiento, es privado de la vida, nos preguntamos por las razones oscuras que se mueven en los entresijos de los sentimientos.

 

 

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