Sobre los pros y contras de ser un tipo de provincias
Entre las decisiones más importantes que una persona puede tomar en su vida, está la de salir de su pueblo natal. Por eso, las poblaciones del mundo se dividen, grosso modo, en dos: los que viven lejos de sus orígenes, y los que permanecen apegados a la tierra que los vió nacer.
Se puede afirmar que esta línea divisoria entre los seres humanos marca la biografía del personaje como ninguna otra y, además, permite extraer consecuencias válidas sobre su sicología, el comportamiento del entorno que ha dejado atrás respecto a él -tanto antes como después de su marcha- como, obviamente, del lugar receptor y sus pesonajes.
Vivir en un medio en el que uno ha nacido, recibido su educación -sea la que fuere- y desarrollado su capacidad para encontrar un hueco en el entramado de relaciones, supone un plus de información respecto a los venidos de fuera. En particular, el conocimiento de las estructuras dominantes del medio, puede servir para encajarse mejor en él, mimetizándose con aquellas y aprovechándolas en el propio beneficio.
Puede suceder también que el individuo sea rechazado por ellas, o se vea incómodo en lo que percibe, pareciéndole, al cabo, mejor marcharse de su tierra. Hay que suponer que se trata de gentes especialmente incorformistas e inquietas, que no son capaces de asumir el sometimiento a ciertas reglas o comportamientos del o de los grupos que controlan el lugar.
Sería una ingenuidad creer que los mejores son los que abandonan su lugar de partida para buscar la suerte en otros lugares. No. Creemos que los mejores de una población se quedan en ella. Son los que se creen capaces de liderarla hacia su perfeccionamiento, aunque también se vean inevitablemente acompañados de quienes tratarán sacar provecho de ese liderazgo, actuando no solamente de colaboradores, sino, en algunos casos, de aduladores, contaminadores u opositores, francos o enmascarados.
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