Sobre el ridículo y sus oportunidades
Hay especialistas en aprovechar las oportunidades de hacer el ridículo. Las captan al vuelo, y allá se meten de cabeza.
En verdad, las personas con una determinada sensibilidad, tienen muchas oportunidades. Y, a la contra, hay otras que no son capaces de percibir ningún ridículo en sus actuaciones, sean las que sean, aunque pueden estar al tanto de cualquier desliz de los que les rodean.
"Es una ridiculez", solemos decir cuando algo no tiene mucha importancia. "Has hecho el ridículo más espantoso", puede decirse a un hijo y, con algo más de riesgo, a la pareja. Jamás se dirá al jefe que ha hecho el ridículo y, en caso de confianza, podrá emplearse el “hemos hecho el ridículo”, dando por supuesto que con eso queda abierto el espacio para que el que nos manda piensa que el culpable del desaguisado somos nosotros.
La capacidad de autocrítica es, sin embargo, una de las más estimables virtudes de que podemos hacer gala. No viene mal -y no para disminuir la autoestima, sino para elevarla- hacer un repaso de aquellas ocasiones sonadas en las que hemos creído hacer el ridículo.
Los españoles tenemos "un gran sentido del ridículo", que es, en realidad, la demostración de nuestra timidez. Colectivamente, podemos atrevernos a hacer muchas tonterías, pero individualmente nos solemos quedar rezagados, faltos de la capacidad para reirnos de nosotros mismos, poniendo en solfa lo que más estimamos: nuestro ego, la percepción que desearíamos que los demás tengan de nosotros.
El pueblo norteamericano utiliza mejor la catarsis de saber mostrarse de forma infantil, divirtiéndose sin pudor, al menos en ciertas ocasiones. Los alemanes, mucho más reservados, concentran en algunas efemérides el permiso colectivo para "hacer el ridículo". La fiesta del Fasching, el Carnaval, es la demostración más evidente, y sorprende ver a serios jefes de empresa disfrazados como payasos, animados, eso sí, por la ingesta de desproporcionadas cantidades de cerveza.
Reivindiquemos el ridículo. La facultad de reírnos de nuestra seriedad. Al fin y al cabo, cuando acabe esta fiesta, todos calvos.
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