Sobre la capacidad de convicción
Capacidad de convicción y credibilidad no son conceptos idénticos, pero convergen a un mismo objetivo: subyugar la atención del otro, haciéndolo partícipe de nuestros argumentos.
El mundo publicitario está poblado de iconos que ofrecen credibilidad. De esa forma, se realiza un salto, un atajo, sobre la capacidad de convicción, porque no parece necesario exponer argumentos, sino, sencillamente, imponer sobre el que recibe el mensaje la fuerza expresiva, ética, de quien nos lanza el mensaje.
Esta utilización malsana de referencias emblemáticas en algún sector, para aplicarlas a otro, ha envenenado la mayor parte de los mensajes. El mercado ha asumido esta dislocación, al parecer, no solo sin problemas, sino con fruición. Rafa Nadal es un gran tenista, pero resulta convincente, al parecer, vendiendo seguros. Fernando Alonso no solamente nos hace vibrar de emoción -especialmente a los asturianos- subido a un Fórmula Uno, sino que, además, nos anima a resueltamente, como un imán, a abrir una cuenta en determinado Banco, con más poder que cualquier bancario.
Los ejemplos son múltiples, y, en ciertos casos, alcanzan lo cómico. Una actriz entrada en años se representa a sí misma (aparentemente) para hablar de sus pérdidas de orina y la forma, sino de corregirlas, de disimularlas; un otrora galán de comedias reconoce tener malas digestiones -en su fase de evacuación- y nos confiesa que ha superado lo que los franceses llaman constipation con un yogur que cuesta el triple que los demás de la estantería.
Pero sobre la aberración de hacernos confundir la capacidad de convicción, es decir, los argumentos, con la credibilidad de la persona, esto es, la capacidad de seducción, el ejemplo más preocupante nos lo dan, en estos momentos, los políticos y jefes de Estado. Para ser presidente hay que ser guapo o tener al lado una mujer que lo sea (y mejor, las dos cosas). Incluso para ser Papa hay que vestir como un figurín.
De los países europeos, muy pocos mandatarios se salvan, por desmañados o feos, de tener que utilizar la capacidad de convicción con más fuerza que su capacidad para adormecer al personal con su estética. Angela Merkel es nuestra favorita. Esta mujer tiene su encanto en las ideas y, viéndola exponerlas desde su escaso encanto físico, nos hace recuperar la inteligencia del que escucha, porque es interesante lo que dice, no cómo lo dice ni con qué envoltorios.
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