Sobrevivir
El verbo sobrevivir tiene muchas acepciones, dependiendo del contexto en que se utilice la palabra.
El ejercicio de sobrevivir depende también del país y la circunstancia. Por ejemplo, no es lo mismo sobrevivir en Irak, Afganistán, Zimbawue, Tanzania, Honduras, Cuba o Venezuela que en Francia, Estados Unidos, Canadá o España. Por supuesto, tampoco es lo mismo sobrevivir en cada uno de esos países concretos.
En algunos, se sobrevive a atentados, bombas, guerras. En otros, a la falta de medios, a la miseria, a las enfermedades, a la hambruna. En aquél otro, se sobrevive soñando con días de libertad, con la boda del hijo, con la suerte que traerá la santera, la polla, el chamán o la devoción a un milagrero.
Hay quien juega a sobrevivir poniendo en riesgo su vida. Por ejemplo, los que se embarcan en una patera para tratar de llegar a una tierra prometida que no los quiere. Muchos morirán. Otros, se perderán en las sombras de la noche de la economía sumergida. Muy, muy honda. Lejos de nuestra sensibilidad.
Porque, cuando nos referimos a sobrevivir, pensamos en algo excepcional. Se sobrevive de un accidente en el que otros murieron o pudieron morir, de una visita a la uci después de un infarto masivo que ha puesto a prueba el desarrollo de la tecnología coronaria.
Se sobrevive también, por estas tierras, de pandemias y enfermedades más o menos imaginarias a las que se ponen nombres rimbombantes o exóticos: (gripe H1N1 o porcina, síndrome de Kreufel-Jacobs o de vacas locas, gripe aviar, etc.). También se sobrevive de las múltiples guerras que se ha querido provocar para limpiar la economía: Vietnam, Irak, Primera y Segunda guerra mundial, etc.
Sobreviviremos también a la crisis económica presente. Cómo, y a costa de qué, aún no está claro.
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