Sobre la inmigración, otra vez
El gobierno del presidente italiano Berlusconi prepara un decreto contra la inmigración. Tanto la vicepresidenta española, Fernández de la Vega, como el ministro de Trabajo e Inmigración, Corbacho, criticaron ásperamente la posible medida. En Nápoles, un campamento de rumanos fue arrasado a fuego y golpes hace un par de días.
Más leña al fuego: Varias personas, emigrantes de Mozambique, Zimbaue y otros países subsaharianos, han sido asesinadas antesdeayer en Sudáfrica, por turbas armadas que hicieron una incursión amedrentadora por los suburbios pobres y a las que, por los resultados, se les fue la mano.
Podemos rasgarnos las vestiduras, defender que esas actitudes no surgirán jamás entre nosotros. Ojalá, aunque ya es falso: de vez en cuando, se mata o vapulea a un inmigrante, a un desarraigado, a un drogata. Son subespecies de la misma "calaña". Así que, por si acaso, convendría ser más prudentes en nuestros juicios respecto a lo que otros pretenden legislar -especialmente si las medidas provienen de nuestros colegas comunitarios- y analizar con la debida serenidad nuestra posición respecto a la inmigración.
Para empezar nuestro razonamiento, creemos que la base que propicia la integración es exclusivamente la situación económica, tanto la del inmigrante como la del país receptor. Si el desplazado viene con dinero bajo el brazo -como inversor o como empleado dirigente de una multinacional- tendrá el camino expedito, y hasta se le reirán sus ocurrencias y perdonarán sus problemas linguisticos, para que no sufra con la adaptación
Si el desplazado viene con una mano delante y otra detrás, su integración será siempre difícil, se lo pondremos prácticamente imposible. Los pobres están mal vistos, aquí y ahora; allí y en todo tiempo. Pero es que, además, la aceptación de esta clase mayoritaria de inmigrantes al mundo laboral solo se hará entrando por los escalones más bajos de la pirámide social, y, casi siempre, haciéndoles caer en competencia ilegal o en condiciones de dumping con los asalariados locales. Que estarán dispuestos a protestar, claro, cuando vean que su pan corre peligro.
Las desigualdades entre los países y la globalización de la información están propiciando corrientes migratorias que no se van a detener ni con porras ni con leyes. El hambre mueve más que ningún otro acicate, destruye barreras, provoca revoluciones y sangre. Los países que proporcionan las masas migratorias son los países más pobres del planeta o, dentro de una zona económica, los que peor lo están pasando.
La conclusión es obvia: hay que ayudar a que los países con economías menos desarrolladas, alcancen el nivel de renta suficiente para que sus habitantes no necesiten desplazarse, arriesgándolo todo, para poder comer. Porque la mayoría de esos movimientos migratorios, se producen para mejorar el nivel de vida, sí, pero partiendo desde cero.
Podemos repatriar a los inmigrantes ilegales. Cuesta dinero (que habría que deducir de las cantidades destinadas a ayuda al desarrollo). Y volverán. Si no ellos, otros semejantes, sin importarles morir en el empeño. Hasta que el montón de cadáveres junto a nuestra ventana nos obligue a tomar una solución que, ahora, todavía podemos adoptar sin grandes traumas, entregándoles algo de lo que nos resulta, en verdad, superfluo, y que en sus manos se transformaría en lo imprescindible.
Y tampoco vendrá mal recordar un poco de historia respecto a la situación que se vivió cuando estos países, hoy exportadores de mano de obra, eran colonias europeas. Aunque haga daño a nuestra sensibilidad de pulcros herederos.
1 comentario
Guillermo Díaz -
En nuestro país además hemos de reconocer que el fenómeno inmigratorio ha ayudado a nuestra economía ya que realizan actividades laborales que no deseamos los españoles, han equilibrado las cotizaciones de la Seguridad Social, han mejorado la natalidad, etc.etc.
El problema es cómo regular la corriente inmigratoria.