Sobre la ilusión
No nos consta que la ilusión figure entre las virtudes teologales, pero merecería una atención especial. Porque si hay alguna cualidad que acerque nuestra frágil naturaleza humana a la comprensión de la divinidad, es la ilusión la que nos proporciona más información acerca de cualidades superiores.
La ilusión es una capacidad que, por lo general, disminuye rápidamente con la edad. Por eso, nos sorprende y emociona cuando nos encontramos con los raros ejemplares que, metidos en la vejez, sin tiempo ya, mantienen esa tensión vital que les lleva a querer comenzar cosas nuevas o se plantean terminar lo que tienen entre manos, sin preocuparles al parecer que su vida se agotará antes de que las acaben.
Porque algunos han comprendido, seguramente, que la existencia individual cobra sobre todo su sentido cuando conseguimos prolongarla en otros. No es cuestión de hijos, sino de enseñanzas, de modelos, de ejemplo, de trabajos continuados por alguien más allá de lo que la historia pueda recordar, y que, con nuestra contribución, mejoramos aunque sea un poquito.
En esta época de amenazas, de tensiones y conflictos, de falta de perspectivas, en la que muchos se cuestionan el para qué, salvo para consumirlo de inmediato, no estaría de más rendir tributo a la ilusión y a los ilusionados. No importa lo que estén haciendo. Pero ellos nos muestran, con su actitud, que la evolución del ser humano tiene sentido colectivo y que, si mantenemos viva esa antorcha de perseverancia, que convoca a la suerte, algún día puede que entendamos todos el placer de ser dioses, liberados de las servidumbres del tiempo.
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