Sobre balarrasas y tiquismiquis
Ya se ve, a primera vista, que los tiquismiquis son gente rara donde los haya.
Hay categorías, por supuesto. En el escalón más bajo, se suelen encontrar los que separan a un lado el plato, con optativa cara de asco, parte de los alimentos; generalmente concentran su aversión sobre la cebolla, el pimiento, el ajo o el tomate. No soportan el sabor de estas sustancias, les recuerdan que sus padres les obligaban a comerlos en la primera niñez, o les provocan unos insufribles dolores de estómago.
Los tiquismiquis más selectos jamás viajarían en metro, para no mezclarse con las gentes malolientes y malencaradas que han oído que utilizan ese transporte público. No se dejarán engañar por quienes les digan que es el medio más barato y seguro para llegar a tiempo a una cita.
Cada tiquismiquis tiene su servidumbre de renuncias, porque en eso consiste su singularidad. Algunos renuncian a alimentos, otros a lugares, incluso al encuentro con personas o a situarse en según que circunstancias. Pueden ser llamados melindrosos y acongojados, pero les va mucho mejor el apelativo de tiquismiquis.
En el otro lugar de la escala, parecen encontrarse los balarrasas. Un balarrasa no se detiene por nada, aunque arriesgue morir en el empeño. Los que tienen ocasión de verlos actuar en su papel, los consideran tarambanas, por más que un verdadero tarambana puede estar hoy aquí y mañana allí, y esos cambios de humor, opinión y comportamiento, les protegen a ellos y desquician a sus mentores.
"Eres un tarambana" es una calificación bastante más asumible, por leve, que la de "eres un balarrasa". Los balarrasas es muy poco probable que se casen con la protagonista en las películas de amor y son poco divertidos; los tarambana están metidos en líos y, aunque tampoco se casen con la chica, nos hacen reir.
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