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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los panolis

Los que más saben de pan en oli (panoli, fonéticamente), son los valencianos que, por supuesto, se los comen.

Para los restantes hispanoparlantes, los panolis son carne de cuchillo, unos pringaos, gentes bobaliconas y simples.

Esto dicho, los panolis son necesarios y, muy especialmente, para los que se aprovechan de ellos. En estos días, algunas gentes de su oposición política opinan que el presidente español Zapatero es un panoli.

No estamos de acuerdo. Al presidente le adornan o entorpecen otras muchas virtudes, cualidades y defectos, pero no nos parece un panoli. Si acaso, tira más hacia el lado de los habilidosos, los que se aprovechan de la coyuntura y de la falta de información -que incluso propician- para metérsela al contrincante (e incluso al simpatizante) doblada, que es una forma peculiar de vender motos, incluso a los que no tienen carné ni del partido.

Un panoli tiene mucho que aprender de la vida, pero su problema es que ellos no saben por dónde empezar a documentarse. Creen que todo el monte es orégano, que se venden los duros a cuatro pesetas (o cambian los euros a dólar, para redondear) y que tó er mundo es bueno.

La educación del panoli es materia trabajosa. Muchas mujeres creen que sus parejas son unos panolis, porque no saben defender lo que es suyo, y así pasa lo que pasa. Por su parte, muchos hombres creen que sus mujeres son unas panolis, que no saben de la misa la media, y así les va.

Independientemente de su estado civil, el panoli va por la vida metiendo la pata, comiéndose marrones y chupándose el dedo. Como no se percatan de su condición de bobalicón, se convierten en terreno abonado para que otros más avezados en el arte de sacar tajada, les saquen hasta los higadillos, de puro confiados.

Hay panolis en todas partes, y es muy posible que su número sea equivalente al de las estrellas del firmamento. Nadie alardea de andar por la vida haciendo de panoli, aunque lo más fácil del mundo es descubrir a un panoli si se está por la labor.

Gracias a la cualidad que tienen algunos para detectar a esta categoría de pardillos, han proliferado los tiburones, los badulaques y los que se especializan en engañar la credulidad de los incautos, dándoles unos zarpazos a su economía que dejan temblando al panoli y con cara de no haber roto un plato pero la faltriquera llena a sus depredadores.

Puede que haga falta más legislación y mejor aplicación de la existente, para proteger a los panolis, percebes y tontainas, para que no los tomen por tontos del culo o del bote, que es como se caracteriza su cándida gilipollez.

Sin embargo, somos de la opinión de que había que aumentar la información de los peligros en que pueden verse metidos los panolis, y aumentar la ética de nuestra sociedad.

Relacionar la contención de los panolis con los presupuestos éticos de los que se sienten con libertad para aprovecharse de la candidez de otros puede no ser muy popular. No hay otra salida. Porque si todos apeláramos al cumplimiento de la ética universal, en lugar de practicar el que venga detrás que arree o tonto el último, nos iría bastante mejor al colectivo.

Al fin y al cabo, aprovecharse de un panoli no tiene mérito, aunque pocas veces tenga castigo.

 

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