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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre mamarrachos y estrambóticos

Contrariamentente a lo que pudiera creerse, la mayor parte de los mamarrachos no se ven, lo que no les impide ser una referencia. Especialmente, en la cuestión del vestir.

"Vas vestida como un mamarracho" es una expresión contundente por la que, casi siempre un padre o una madre con autoridad decadente, califican la impresión que les causa el que su hija haya decidido salir a la calle con un atuendo que les parece inconveniente.

Uno mismo puede convertirse en mamarracho cuando su vestido o su traje impolutos hacía pocos minutos han sufrido las consecuencias de algún revés. Puede ser que les hayan tirado encima un tarro de mermelada, un bebé haya hecho sus necesidades encima o un cánido les haya destrozado los bajos del pantalón. Son ejemplos. En ese caso, procede decir, para disculparse ante los anfitriones: "Estoy hecho un mamarracho".

Cuando hay que decir a alguien que es un mamarracho, la cuestión tiene ya su perendengue. Las abuelas solían decirlo bastante. "Eres un mamarracho" suponía que habías contestado con descaro a la propuesta de tener que tomarte el aceite de ricino para hacer de vientre, y era la réplica a alguno de los insultos que dominábamos cuando teníamos siete u ocho años. Le decías a tu abuela, "tonta" y ella te respondía con "eres un mamarracho".

La forma seguramente más correcta de designar un comportamiento tan irrespetuoso sería la de llamarte "mequetrefe". Los mequetrefes evidenciaban la necesidad de un procedimiento correctivo inmediato, consistente en mandarte a la cama sin cenar, castigarte sin salir al recreo de la tarde o escribir cien veces "no volveré a ser un mequetrefe". A ciertas edades -sesenta y siete años, respectivamente, de los de entonces-, podía ser divertido.

Las personas adultas no se llaman a la cara "mamarracho", más que si han sido educadas en colegio de pago, lo que, aunque sigue estilándose, se disimula por lo general en lugares abiertos. Casi todo el mundo prefiere ser "de pueblo" y contar historietas inverosímiles sobre el pasado.

Por cierto, quienes utilizan la palabra mamarracho como insulto -normalmente, a quien les birla el aparcamiento junto a la playa-, suelen también decir -en otras ocasiones- que flipan, que lo pasan bomba o que te lo tienes que currar más. Algunos, viven del cuento, pero lo habitual es que no den ni clavo y se lo pasen de puta madre (así lo expresan, al menos, en confianza, que es lo mismo que petit comité).

En realidad, son unos estrambóticos. Porque los mamarrachos de verdad, los que se merecen la denominación de origen, pasan de cómo les vean los demás, viven su vida. No porque sean bordes, sino porque no les va la marcha.

Puede que estén instalados en la calle Serrano (si no está en obras), con su tenderete de cartón, su perro y su colecta de enseres mierdosos, o estén agrupados bebiéndose varios tetrabrick de vino peleón a las diez de la mañana delante de un mercado de postín.

Cuando cae por sus cercanías un tipo legal (la mayor parte, prefieren dar un rodeo para no cruzárselos), alguno de esos mamarrachos genuinos, malolientes, desharrapados, costrosos, sucios y borrachindongos, le piden unas monedas con el aire de quien te perdona la vida.

Dan un poco de miedo, pero son completamente inofensivos. Los mamarrachos genuinos no hacen ningún daño, simplemente vegetan en nuestra sociedad de la opulencia y, con algo de práctica, pueden incluso convertirse en invisibles para el ciudadano respetable.

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