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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la decadencia de la dieta mediterránea

Los libros dedicados a aconsejar sobre la ingesta más adecuada para mantener una línea corporal esbelta y vivir de forma más saludable, siguen ensalzando la dieta mediterránea.

Nada que objetar en relación con la propaganda respecto a algunos alimentos que nos era más difícil colocar en el mercado. Lechugas, tomates y pimientos rociados en aceite de oliva forman parte de esa dieta, de la misma manera que el marmitako de pescados grasos con patatinas, el jamón cortado a hacho, los torreznos fritos en sebo y la fabada antes del arroz con leche.

Lo que produce la dieta mediterránea, si se acompaña con un vino de pitarra, una sangría con un chorro abundante de coñá o un par de litros de cerveza, es una euforia encomiable, que permite entablar amistades duraderas, de esas que solo se acaban -si es mal menester- después de una noche de farra, con varios cubatas de de más y producto indeseado de un navajazo mal asestado.

Los efectos de la dieta mediterránea, cuando por ello se entiende, por aberración gustativa, cualquier cosa comestible que se introduzca gañote abajo, se pueden ver en las playas ibéricas, por ejemplo.

Cuerpos inflados de tocino con orondas barrigas vacuas, culos abundantes bamboleantes saliendo de los ajustados bañadores, caderas grasas rebosando las prótesis, piernas varicosas y aún macilentas bajo los muslos celulíticos .

Hay que cuidarse más, compadres. Menos grasas y más vegetales; menos asiento y más paseo; no tantos dulces; menos alcohol y más agua.

Es cierto que el humor empeorará, pero si persistimos en mostrar nuestros desnudos a los demás, aunque sean desconocidos, deberíamos tener más atención a la línea. Porque se puede no ser apolíneo de natura, pero la delgadez del armazón se procura con el esfuerzo propio -a base de penuria- y hay pruebas de que permite un par de añitos adicionales de vida media.

Más aburridos, sí, pero al mirarse en el espejo, guapos.

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