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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la alta nota de corte para empezar alguna carrera universitaria

Una de las trampas que la sociedad se ha tendido a sí misma, es la exigencia de una alta nota en los estudios de Bachillerato para poder seguir determinadas carreras universitarias.

Todos los años se escuchan terribles historias de adolescentes con "profunda vocación para la medicina" o para "la ingeniería de caminos" que, a pesar de figurar entre los más brillantes de su clase, no alcanzan ese 8,83 (por ejemplo) de nota media que les capacitaría, junto con otros superdotados, para seguir las enseñanzas en esos cuerpos de teórica élite que se forman en nuestras hipotéticamente prestigiosas universidades.

Podíamos sospechar que algo está funcionando con truco, porque no parece que haya tanto superdotado por ahí.

Los miles de estudiantes (y cada vez son más) que han conseguido rellenar su incipiente currículum de sobresalientes y matrículas, aproximándose a la perfección divina, más bien podrían ser tomados -en su mayoría- por avispadillos conocedores de los trucos que son necesarios para sobrevivir mejor, e incluso pertenecen ya a la tipología de quienes, con la ayuda inestimable de sus papás y mentores, de los que lo hacen y harán con mayor comodidad, poseedores de la brújeula que los guiará por la jungla de clanes y clases de nuestra sociedad.

Porque cuando se pone nota de forma libre a las actuaciones de quienes ocupan las cúpulas del verdadero poder, las notas no son tan brillantes que digamos.

Por ejemplo, estamos cansados de leer que el Presidente Rodríguez Zapatero tiene dificultades en aprobar -en verdad, suspende casi siempre- cuando se puntúan sus actuaciones al mando del país, y que su alternativa, el Presidente del PP, Rajoy, tiene los mismos problemas -incluso mayores, porque en la oposición se curra menos- para obtener el cinquillo. Qué decir de los demás miembros y miembras de los respectivos gabinetes; o de los pertenecientes a cualesquiera otro estamento de la vida real, en donde no valen recomendaciones ni soplidos.

El truco debe estar, pues, fundamentalmente, en la indulgencia con la que se puntúa a estos aprendices de brujo que ya van, desde la tierna infancia, seleccionados por sus padres y maestros, para ocupar un puesto preferente en la hoguera de las vanidades.

Puede que los que les ponen dieces con tanta devoción y permisividad, pasando por alto, si hace falta, errores gramaticales, faltas de ortografía, defectos de conducta, etc, estén convencidos de que sus notas no sirven para gran cosa y otros se encargarán, posteriormente, de ponerlos en su sitio.

Puede que todos estemos engañándonos creyendo que sacar muchos dieces en asignaturas realizadas con programas trasnochados, contenidos vagos y en gran parte inútiles, y aligerados de peso para no sobrecargar las mentes infanto-juveniles, capacita para ser mejores ciudadanos, buenos médicos, excelentes ingenieros.

 

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