Sobre el ranking de las Universidades españolas en el mundo
De vez en cuando, trasciende la clasificación que alguna organización subvencionada y con quién sabe qué verdaderos intereses, realiza de las cosas que no parecen preocupar demasiado al resto de los mortales. Pongamos por caso, dilucidar el lugar que ocupan las universidades del mundo en una probablemente temeraria ordenación de sus cualidades y excelencias.
Nunca es fácil puntuar a los que califican, y menos cuando se trata de los medios que nuestra sociedad ha ideado para posicionar a algunos jóvenes en teórica situación de ventaja sobre los demás. Porque ahora todo el mundo quiere ser licenciado, master, doctor. No importa que sepa poco, el título es una distinción. Hasta se venden por internet, sin necesidad de acreditar estudio alguno. Claro, estos títulos son falsos, pero cuelan bien, ya que la mayoría no sabe distinguir un titulado de verdad de otro de mentira.
Juzgar a las universidades es, en principio, tan temerario como juzgar al juez y gobernar el gobierno. Es una cuestión opinable, discutible conclúyase lo que se concluya, difícil de objetivizar. pero imprescindible. Aunque los únicos que queden contentos sean los primeros clasificados y... los que no aparezcan en la lista. que siempre podrán decir que ellos nunca participan en ese tipo de valoraciones.
Las universidades españolas nunca han quedado bien calificadas en estas competiciones, y, por eso, la mayoría de los docentes universitarios están convencidos de que están mal hechas.
Para algo servirán, sin embargo. Porque suponemos que se medirá el número de publicaciones de prestigio internacional de sus profesores, las patentes registradas por los departamentos universitarios y su plasmación práctica, las posiciones sociales que ocupan sus egresados en el mundo real, junto con el número de empresas que han creado y los empleos generados...
Puede que también se evalúe la contribución al pib nacional de sus licenciados, la intensidad y profundidad de los programas de cada asignatura, con atención especial a su adaptación y actualización con los tiempos, y la coordinación con otras disciplinas, tanto básicas como de especialización. Habrá que analizar igualmente las formas de revisión de los programas y su aplicación al entorno, incluída la preparación para trabajar en equipos multidisciplinares.
Ah, seguramente se hayan encontrado maneras y fórmulas para valorar la asimilación de enseñanza por los alumnos, la pertinencia de los exámenes y su objetividad frente a la evaluación continuada, y, por supuesto, las vías de calificación del personal docente y la formación continua del profesorado;...
Incluso puede ser que estos expertos evalúen la forma de selección del profesorado universitario -en especial, de catedráticos y profesores titulares- y los cursos de actualización y ampliación de estudios que realicen, el coeficiente intelectual, capacidad de asimilación y conocimientos prácticos de sus alumnos -antes y después de su camino hacia la licenciatura-, la integración en las aulas de profesionales externos sin dedicación exclusiva a la docencia, los sistemas de cooperación interacadémica tanto entre departamentos como con otros centros universitarios, el número de contratos de colaboración entre los departamentos universitarios y las empresas locales y su repercusión concreta en la vida extraaularia, el grado de integración social de los egresados, la cantidad de satisfacción/insatisfacción surgida en las aulas en la búsqueda, generación y transmisión del saber,...
¿Podemos estar arriba? O, tal vez, cabe preguntarse: ¿cómo vamos a estar en lo alto? ¿El deseo expresado por el Gobierno en estos días (14 julio 2008), de situar a varias universidades entre las mejores del mundo, no es un desideratum más de esos que nunca se realizan?
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