Innovación para la formación en las organizaciones
Dentro de los actos del Congreso Internacional sobre Aprendizaje, Innovación y Competitividad (CINAIC 2012), se organizó el 1 de febrero de 2012, en la sede de la Fundación Gómez Pardo de Madrid, una jornada-seminario que se tituló "Reflexión sobre las actuales tendencias en innovación aplicadas a la formación en las organizaciones", al final de la cual se presentó el Nº 3 de la Revista Arbor (Ciencia, Pensamiento y Cultura), que edita el CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas, para aclaración de los muy despistados).
Debo felicitar a Angel Fidalgo, organizador del acto, cuya presidencia compartió -al menos durante la presentación- con Carlos Conde, vicerector de Ordenación Académica y Planificación Docente, otro compañero ingeniero de minas de esos que uno no dejará de sorprenderse por su versatilidad.
La reunión, que obtuvo una gran asistencia, resultó ilustrativa y entretenida. Las intervenciones del Congreso CINAIC 2011 se recogen en la revista Albor, que se puede leer en su página web. Supongo que más adelante, se publicarán, en ella, las ponencias y conclusiones del actual Congreso.
Por eso, doy por hecho que los interesados en los debates oficiales obtendrán información directa. Me voy a permitir, por tanto, realizar mi particular "reflexión" respecto al enfoque de la formación universitaria.
La sociedad reclama una modificación urgente de la orientación actual formativa, alarmada por diversos síntomas, algunos tremendamente evidentes, y de los que solo enumeraré los más relevantes, en una primera evaluación: alto paro universitario, brecha o separación entre los objetivos de la Universidad y de la empresa, endogamia en la elección de los docentes, bajo nivel medio de los licenciados y de las exigencias, desacuerdo entre el avance tecnológico y las enseñanzas impartidas, desánimo generalizado entre los docentes, falta de coordinación entre enseñantes, programas de estudios deslabazados, ausencia de evaluaciones globales, etc.
La reforma, que no habrá de suponer un cambio drástico -todo cambio drástico en lo educativo es nefasto-, sino una adaptación correctora, debería, ante todo, atender a la incorporación de un aire fresco que tiene que proceder, necesariamente, de fuera de los estamentos docentes y discentes. No porque se desprecie, en absoluto, la opinión de profesores y alumnos, sino porque está viciada por una visión centrípeta y, por lo tanto, conservadora. Hay que incorporar reflexiones desde fuera, y darles toda la importancia que merecen.
La Universidad tiene que formar líderes sociales y si no lo consigue, habrá fracasado: líderes intelectuales, morales, tecnológicos. Tiene que lograr captar a los mejores, ilusionarlos y perfeccionarlos hasta hacerlos óptimos; tiene que saber crear los más capaces espíritus emprendedores, los elementos dinamizadores de la sociedad, e imbuirles que deben hacerlo desde la ética.
Y para consegir todo ello, tiene que incorporar también y, sistemáticamente, los elementos más activos, más fértiles, -espirituales y materiales- de la sociedad en la que está incrustada; debe hacerlo con solvencia y continuidad porque no es un elemento marginal o un coto cerrado, sino que es parte clave de su núcleo de mejores valores, que, como no se generan solo en ella -y en este momento, me temo, se generan en gran medida al margen de la Universidad, lo que es razón para su ocasional descrédito-, debe salir a buscarlos donde se encuentren y absorberlos, consorciarse con ellos, en una simbiosis reactiva, dinámica en absoluto pasiva.
Me resulta curioso cuando me reúno con profesores universitarios y suscito la cuestión, todos, sin excepción, se ven como buenos profesionales (y, en verdad, algunos lo son, y muy buenos) y, por tanto, deberían deducir que la dinámica que les ha conducido a ellos hasta allí es correcta. Pocos hablan de los profesores que han tenido y deduzco que la mayoría coinciden en que han jugado un papel poco relevante en su formación real. Es decir, han llegado allí por ellos mismos, por su capacidad de aprendizaje personal.
El asunto es polémico, pero para mí, que he sido en diferentes momentos de mi vida -por tanto, con diferentes edades y en muy diferentes facltades- profesor y alumno, la cuestión está clara: Tenemos que saber crear buenos alumnos; los mejores, no necesitan estímulo; pero los medianos (no los mediocres), precisan de ejemplos y, cuando había pocos alumnos en las Universidades (al menos, en las técnicas) y ser universitario servía para encajar mejor en la sociedad (conseguir un empleo), el estímulo provenía de la colaboración entre discentes, de su apoyo y rivalidad.
La situación ha cambiado. Hoy, con un mundo en exceso informatizado, con información disponible a un clic -pero sin valorar, sin priorizar, mezclando lo engañoso con lo verdadero- es imprescindible que la Universidad proporcione, a través de buenos o, al menos, aceptables profesores, la manera de aportar criterios de selección a los alumnos, que les sirvan para encontrar su propio camino y que les permita incorporarse con solvencia a los puestos de responsabilidad (técnica, ética, moral, intelectual) para los que les necesitamos.
Y que sepan también que necesitamos que creen nuevos campos, nos presenten nuevos horizontes, porque deseamos seguir avanzando y el reto es exponencialmente mayor.
2 comentarios
Angel Arias -
Antonio Fumero -