Sobre Franco, aquel hombre
Cada 18 de julio, durante cuarenta años -¿se acuerdan?- se celebraba la Fiesta Nacional por excelencia en España. Miles de personas acudían a la Plaza de Oriente para aclamar al Caudillo, Francisco Franco Bahamonde, salvador de la Patria, por la G. de Dios.
En 1964, José Luis Sáenz de Heredia, un afamado director de cine que había ya puesto imágenes a un guión del Generalísimo, "Raza" (proyectada con gran éxito de público), realizó una película inolvidable: "Franco, ese hombre", que, sin embargo, ha sido olvidada.
Es una lástima que se haya perdido la voluntad de conmemorar la fecha del 18 de julio, porque ese día de 1936 se produjo un acontecimiento excepcional, el llamado Alzamiento Nacional.
Esta efemérides olvidada, podría formar parte de la Ley de la Memoria Histórica, y competir -salvando las distancias, espirituales o geográficas- con otras celebraciones. Al fin y al cabo, también se celebran, variando los conceptos, el 2 de mayo (victoria "contra los franceses"), el 12 de octubre ("descubrimiento de América"), la "independencia" de "las metrópolis", etc.
El de 1936 fue un genuino golpe de Estado por el que un grupo de militares conspiradores se alzó contra el Gobierno legítimo de su país. La resistencia de otro grupo leal, y la voluntad de no rendirse al levantamiento por parte del Gobierno, dió comienzo a una guerra de tres años, en la que los españoles se mataron unos a otros con saña, con odio, sabiendo o sin saber porqué.
Después de muchas muertes -un millón, se dijo, aunque nadie los contó a todos-, cuando se acallaron los disparos, una vez que los militares levantiscos, con ayuda de gobiernos extranjeros dictatoriales igualmente inolvidables -los de Hitler y Mussolini-, redujeron a muerte, huída, cárcel, destierro y lágrimas lo que quedaba de la voluntad mayoritaria del pueblo español, se iniciaron cuarenta años de paz.
Años de marginación, de hambre e incultura, de atonía, de miedo, de silencios y mentiras o, peor, de verdades a medias, que fueron transformándose, lentamente, muy lentamente, en olvido, en protestas, en represión menos firme, en voluntad más débil, en nuevas propuestas, en renovación tímida, en cambio, en modificación absoluta, en abominación, en desprecio.
Hay que celebrar el 18 de julio de cada año, como la voluntad de un Gobierno republicano, elegido democráticamente, de decir que no a un golpe de Estado de algunos de los militares que estaban obligados a defender la Constitución y el orden. Perdieron. Perdimos durante decenas de años muchos, los hijos de los que perdieron la guerra como los de quienes la ganaron y no entendían lo que se estaba celebrando.
Fueron cuarenta años. Hace setenta y tres. No conviene olvidarlo, aunque esta vez estemos tan seguros de que la Historia no podrá repetirse.
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