Sobre Azaña y la memoria histórica
El libro de Santos Juliá sobre Manuel Azaña, presidente de la República cuando se produjo el levantamiento militar que provocó la última guerra civil española, es muy oportuno. Vuelve a poner sobre el tapete de la historia comentada a un personaje heteróclito, multifacético y, en cierta medida, imaginario. ("Vida y tiempo de Manuel Azaña", Editorial Taurus)
Porque Manuel Azaña fue un intelectual elevado a Presidente de la República española que, arrastrado por una traición incomprensible de una facción de los que estaban obligados por juramento a defender el Estado, adquirió la posición de espectador de su propia vivencia, escribiendo sobre lo que estaba pasando a su alrededor, debilitando así en parte la opción de dedicarse completamente a influir sobre su curso.
Su visión de intelectual reflexivo superó a su función de político y hombre de Estado. Consciente desde muy pronto de la imposibilidad de movilizar los intereses de Francia e Inglaterra para detener el campo de experimentación que habían montado Alemania e Italia en España, se refugió en el propósito de proporcionar a la Historia y a la Literatura unas páginas imprescindibles para entender ese tramo de nuestro pasado, del que somos todavía acreedores.
Los documentos de las Memorias de Azaña son esclarecedores de lo que pasaba por su cabeza y del juicio que le merecían sus interlocutores. Revolotea, por encima, la combinación de realismo, decepción y esperanza, Una sensación similar a la que se siente, en muy diferente contexto, leyendo los discursos de otro intelectual llevado a la política, Salvador Allende.
Estamos de acuerdo con quienes opinan que no hay rigor en el término "memoria histórica", porque la expresión es totalmente contradictoria. La investigación histórica no tiene memoria, sino que se ampara en el rigor, la prospección en las fuentes y el método. Por eso, cuando se nos ofrece la posibilidad de escarbar en lo que sentían y pensaban quienes nos dejaron su testimonio en tiempo real, se reabre la ventana de ese momento que vivieron en primera persona, y podemos aventurarnos a decidir si queremos ser cómplices o verdugos de su actuación.
Escribía Azaña, que los españoles, por mucho que se maten unos a otros, "siempre quedarán bastantes, y los que queden, tienen necesidad y obligación de seguir viviendo juntos para que la nación no perezca". Incluso se atrevió a trazar las líneas de las condiciones básicas de esa convivencia: "nunca por las vías del odio, la venganza, el sangriento desquite". La guerra apenas si había empezado. La Historia continúa.
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