Sobre el pueblo de Dios y los hijos de las tinieblas
Hace ya unos 20 siglos que el pueblo de Dios (los judíos de la Biblia) han dejado de escribir la Historia -su Historia- por sí mismos. La buena nueva de la difusión del mensaje que había venido transmitiendo, de generación en generación, desde que los expulsaron del primer Paraíso, se desdibujó en varios arabescos, al mismo tiempo que los gentiles se apropiaron de las ideas principales de la teoría de la Gran Conspiración.
Hay, seguramente, mucho material inexplorado para elucubrar sobre las razones y sin razones que, faltos ya de una guía celestial y un ideario propio, han llevado en estos últimos 20 siglos a los judíos a desparramarse por el mundo, y, muy en especial, por el mundo de las finanzas.
En este Comentario, queremos hacer referencia somera a uno de los episodios, aún muy oscuros, de la participación de los judíos en la guerra civil española -el glorioso Alzamiento, la santa Cruzada- , y de sus consecuencias posteriores en los años de la Dictadura franquista -el régimen nacionalsindicalista, la España como Unidad de destino en lo universal-.
La actual presencia, nada desdeñable, de capital judío en algunos de los negocios más relevantes de nuestra economía y sus interrelaciones con el capitalismo norteamericano de mejor raigambre, permite plantear la cuestión de quiénes y porqué apoyaron a cada uno de los dos bandos que se enzarzaron en una disputa sangrienta sin precedentes, allá por los 1936-1939.
Por una parte, la República buscó apoyos en las relaciones de Max Aub, José Máximo Kahn, Edmundo Graenbaum y otros personajes de la vida judía española, que consiguieron, al menos, un cierto apoyo intelectual -el presidente de The Economist, Henry Stracoch, entre ellos- y movilizaron la exigüa cifra de 5.000 a 7.000 combatientes voluntarios que se adscribieron a las Brigadas Rojas y a cuya participación se dió mucho -demasiado, por sus efectos negativos posteriores- énfasis. (1)
Por otra parte, algunos de los judíos que residían en España -seguramente no más de 7.000, aunque los descendientes de judíos conversos eran muchísimos más- estuvieron en el frente junto a Franco. Un grupo, seguramente el más importante como apoyo bélico, obligados, como los Sefarty, Azulay, Benitah, etc, . Otros, por convicción, como José Alfón, Toledano, Juan March, Jacobo Salama (aunque el apellido no nos parezca a primera vista muy judío), etc.
Se explicaría así una de las razones por las que Franco y sus apoyos ideológicos cualificados (Millán Astray, entre ellos) no apoyaron la participación en las ideas de Hitler de exterminar a los judíos. El capital judío español había ayudado al Generalísimo en la guerra civil, y lo seguía ayudando, figurando algunas familias entre los fieles amigos del régimen.
El invento dictatorial estaba recibiendo, además, ayudas de los acogidos én la huída obligada por la cada vez más implacable persecución nazi, tan estupendamente consentida o deliberadamente ignorada por los patriotas alemanes de pura raza.
Aparecían los Koplowitz (amigos de los March y de Carmen Polo gracias a Esther Romero de Juseu) a los que se unieron los Esser, los Lipperheide y muchos otros, algunos ya afincados con anterioridad en España y otros, arrastrados por los lazos familiares o de amistad inquebrantable, aunque hubieran colaborado con el régimen nazi alemán en su papel de salvar lo fundamental de los dineros.
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