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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los restos de la dictadura del proletariado y del fascismo

Durante el siglo XX se produjeron en Europa, singularmente en España, y especialmente en la primera mitad, terribles acontecimientos que, en buena parte, resultan ininteligibles para la gran mayoría de los actuales ciudadanos de ambos territorios.

Por eso, tiene un gran interés que los pocos protagonistas vivos de los hechos más relevantes del siglo se sometan a un interrogatorio respecto a sus móviles, sus experiencias y, se agradece que nos cuenten, sin renunciar a su visión autocrítica, qué piensan ahora, desde la perspectiva de la edad, de lo que les movió cuando eran jóvenes.

Santiago Carrillo es uno de esos personajes que vivieron intensamente momentos trascendentes. Le han hecho una película-documental, ("Carrillo, Comunista"), con manifiesto cariño, en la que, bajo la fórmula de una entrevista directa en la que se superponen imágenes relacionadas con lo que cuenta y algunas eventuales voces en off, se construye el material para revisar una parte de su historia personal, desnudándola ante el espectador.

La historia personal de Santiago Carrillo tiene elementos ejemplarizadores, para bien y para mal. Es el itinerario que le llevó a asumir y superar importantes contradicciones, y no tanto desde el cambio de sus convicciones personales, sino por la fuerza de las circunstancias y de los hechos ajenos.

Carrillo fue sucesivamente, un joven marxista convencido del poder del proletariado, un ilusionado militante revolucionario, un exaltado defensor de la URSS y sus métodos, un estratega algo inocente, un derrotado sin claudicar, un exiliado maquinador, un valiente dispuesto a la autoinmolación, un líder carismático, un enemigo para sus correligionarios, un desilusionado consciente de la traición de sus comilitones, un demócrata convencido, un escéptico con causa.

Resulta interesante verle avanzar, desde la experiencia personal, desde la convicción absoluta de que el marxismo-leninismo contenía la única verdad para actuar como combatiente para cambiar la Historia, pertrechado con la idea de que la URSS era la plasmación perfecta de la dictadura del proletariado, hasta la decepción de quien se encuentra solo con sus ideales.

No los ha cambiado, desde luego. Simplemente, los tiene enterrados bajo la fuerza de la realidad, que caminó por lados muy diferentes. Su posición actual se asemeja, por ello, más a la de un especimen en extinción que a la de un modelo de comportamiento futuro.

La  decepción de Carrillo se ancla en raíces profundas y variadas. No importa que él no se sienta decepcionado, como aclaró. Basta seguir esa trayectoria, para percibir  con él la manipulación de los principios por muchos compañeros de partido, la adulteración stalinista del modelo perfecto, el dolor por la pérdida de adhesiones de su partido ante la fortaleza pragmática de los postulados socialdemocrátas.

Resulta incluso anclada esa decepción en la revisión de los móviles que le llevaron a separarse, negándole la paternidad, de su padre, Wenceslao Carrillo, un socialista al que anatematizó por haberse rendido a Franco, mientras él defendía, con muy pocos mimbres, a un Madrid sitiado por los militares revolucionarios y desquebrajado por la quinta columna de los traidores a su razón .

Con esos mimbres propios de un peliculón, se confiesa Santiago Carrillo (más bien, se explica), guardando para sí lo que le apetece no contar, haciendo gala de una placidez intelectual y de una sensatez que le tienen que reconocer hasta sus enemigos de antaño, si hubieran vivido para contarlo. 

Este superviviente lúcido, con una memoria excelente, puede moverse con soltura entre las reconstrucciones interesadas desde otros ángulos de lo que pasó entre 1930 y 1982, sirviendo de enseñanza para jóvenes y maduros, justificándose, y beneficiándose, él también, del ámbito de libertad que ayudó a construir.

Santiago Carrillo es el protagonista único de la primera parte del documental de Manuel Martín Cuenca. Manuel Fraga tiene el papel relevante de la segunda parte. 

Fraga es un alter ego convergente en ciertos aspectos. Es otro personaje histórico, igualmente edulcorado por la edad y por la evolución de su propio comportamiento y que, como él, se mantiene firme en sus convicciones, orgulloso de su actuación,  usuario lúcido e inteligente de la libertad de que hoy disponen, para opinar con contundencia sobre unos móviles  a los que siguen fieles, y que, según su doctrinario, fueron adulterados por gentes muy poco escrupulosas con los ideales que rigieron sus vidas de visionarios.

La conclusión elemental que se puede extraer, sin pretensión histórica, sino desde la percepción sentimental, es que nada justifica la explosión de odios que dió lugar a una guerra civil en España, por la que murieron miles de jóvenes que se dejaron convencer de que luchaban para cambiar la Historia.

España era, al fin y al cabo, un campo de experimentación para una guerra europea en la que se enfrentarían con absoluta crueldad, dos intereses corruptos: fascismo y comunismo estalinista. No había ni capitalistas, ni obreros, ni católicos, ni agnósticos, ni pobres, ni ricos; la alineación en un bando o en otro, era casual, geográfica, más teórica que pragmática. Los vencedores de la guerra civil española fueron, desde el principio, los que mejores armas tenían, no los ideales más coherentes. Perdimos todos los demás.

Sentados en el sillón de la salita, con la cerveza en la mano, haciendo zapping con cualquier otra alternativa, la historia que nos cuenta Carrillo, adquiere un carácter irreal, como si fuera producto de una fantasía. Y allí está, sin embargo, la mayor parte de su verdad, resistente, incólume, aunque se muestre hoy debilitada, no por la caída de sus convicciones, sino porque los intereses colectivos se orientaron en otra dirección.

Ya no interesa a casi nadie la dictadura del proletariado, los ideales comunistas, el juicio a los propósitos fascistas, la condena a la explotación del capital o la exaltación del obrerismo como ventaja para la autogestión eficiente de los medios de producción. Los intereses de la ciudadanía son más prosaicos: un trabajo, una familia, un bienestar sostenido.

Resulta extraño escuchar a Carrillo recordar aquellos supuestos motivadores, lastrados con matices alienígenas, mientras se fuma un cigarrillo tras otro. Triunfa en su verdad, pero no busca convencer. Ya no.

Fraga parece tenerlo más difícil, pero apostamos a que también consigue conmovernos.Todos tenemos una razón si nos dejan explicarla, aunque los muertos que quedaron en el camino permanezcan silenciosos para siempre en la inutilidad aparente de su sacrificio.

1 comentario

María -

Me han gestado los calificativos dados a Carrillo. Creo que todos lo definen y le añaden un pus a una personalidad compleja en si misma y con un bagaje admirable.
No veo la necesidad de compararlo con Fraga. Creo que lo que los auna es sólo es momento historico.