Sobre una receta tradicional: echarle huevos a la cosa
Los huevos son un elemento sustancial en la cocina, tanto para platos dulces como salados, fríos como calientes. Igual valen para una masa de empanada que para una tortilla, con o sin patata; imprescindibles en el revuelto de setas y sublimes en el ponche matinal, especialmente en el que nos daban a los niños de la postguerra civil, mezclados con azúcar y quina Santa Catalina o jerez dulce.
En el trabajo y en la política, hay que echarle huevos (o güebos, pero, en realidad, se quiere decir lo mismo). Es algo así como sostenella y no enmendalla, pero con un sentido mucho más amplio. Los que/las que echan huevos a las situaciones que los demás ven difíciles, o triunfan en ellas, o se caen con todo el equipo. En el primer caso, van servidos. En el segundo, como la memoria del ser humano es frágil, no tienen más que esperar algo de tiempo a la siguiente oportunidad, para seguir echándole huevos.
No hay estadísticas, pero como la costumbre es inventarlas, digamos que, al menos en la actualidad, las mujeres le echan más huevos que los hombres. Se suele incluir a los homosexuales en las encuestas, con el sexo natural del que proceden, aunque estamos convencidos que tanto gays como lesbianas le echan más huevos que cualquiera integrante medio del primero y del segundo sexo, por lo que habría que eliminar el sesgo generador de confusión que produciría el tratamiento integrado.
Ejemplos: Si te han pillado espiando a tus opositores, u ordenando que lo hagan tus subordinados, échale huevos negando. Si has has defendido que no era crisis, sino podenca desaceleración la situación económica, porque crees que las cosas se arreglan mejor desde el optimismo crónico, échale huevos diciendo que tú te equivocarás, pero no mientes jamás. Si estás a punto de la suspensión de pagos, porque la pirámide de falsedad, ya no da para más, échale huevos declarando que tu imperio bursátil va como nunca y procura sacar algún dinero para una cuenta secreta en Londres e incentivar a tus empleados más fieles con los restos de la olla.
Este consejo no tiene nada que ver con el otro, también muy popular, de que allí donde pongas la olla no metas la polla. Tiene que ver, desde luego, con las aves y la cocina, pero se aplica en ocasiones muy distintas. También el incumplimiento de este dicho o refrán castizo, tiene efectos muy distintos: el no echarle huevos produce que te quedes como alguien del montón o que pierdas las elecciones o que el personal piense que eres un pusilánime sin ideas.
El meter la gallineta en el trabajo, generalmente está bien visto, y cada vez es más común, porque la gente que tiene curro pasa mucho tiempo fuera de casa y hay ocasiones que ni pintadas. Desde luego, serás la comidilla de los colegas, pero no dirán esa boca es mía en donde puedan perjudicarte. Lo que no excluye que aparezca alguien con mala leche y, por hacerte un favor o la puñeta, se lo cuente a tu pareja, que montará en cólera o en lo suyo; en el primer caso, la alegría se convertirá en agua de borrajas, y en el segundo te saldrá el tiro por la culata, porque aunque no vayas de apaleado, te habrán hecho cornud@.
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