Sobre empleo, pacto social y reforma laboral
Para el 8 de junio de 2010, en el que escribimos este Comentario, está anunciada una huelga de funcionarios. No se conoce aún el alcance que tendrá la misma, porque son apenas las 9 horas de la mañana.
Las crónicas de la aldea española hablan de que se trata, también, de una prueba de fuego de la huelga general que amenazan con convocar los sindicatos, ante las medidas contra la crisis que aprobó el Congreso, a propuesta del Gobierno, y el anuncio de nuevas rigideces para el mercado laboral, entre las que se incluiría una menor contraprestación por el despido improcedente.
Tener un trabajo es la forma exclusiva de subsistencia autónoma que tienen la mayoría de los seres humanos urbanitas. Si careces de rentas, y quieres emanciparte de la dependencia familiar, tienes que conseguir un trabajo.
La teoría dice que si estás preparado, si te has formado adecuadamente y demuestras capacidad de adaptación y buena disposición, encontrarás un trabajo remunerado, que te permitirá sacar adelante, con mayor o menor esfuerzo, tu propia familia, y conseguir tu adecuado bienestar.
La práctica indica que los entornos se han vuelto muy cambiantes, las tecnologías muy complejas y ajenas y la formación individual, siempre insuficiente. La práctica indica que para mantenerse en un trabajo no hay que ser solamente bueno -incluso no necesariamente bueno- sino tener un buen padrino/parecerlo/aguantar el tipo/tener suerte/tragar algunos sapos/estar dispuesto a todo/?/.
La teoría dice que existen dos tipos de empleadores de terceros: los privados y los públicos.
El empresariado privado, a su vez, se divide entre las grandes empresas (la mayoría, en este momento, como productos de la concentración de capitales e intereses, tienen carácter multinacional y hacen lo que los conviene a ellas, independiente de lo que les pidan o sugieran los Estados), y las medianas y pequeñas, que pueden ser incluso muy pequeñas; tanto, que solo existan en el papel o en la imaginación de los que entregaron subvenciones a sus emprendedores para que ocuparan una parcela en el polígono industrial de un pueblo.
Existe, además, un cuento chino -o así- por el que se difunde que si se tiene carácter, ideas, e iniciativa, se podrá montar la propia empresa; modelo Bill Gates/hombre hecho a sí mismo/Robert Kiyosaki/?/.
El sueño de las sinergias -palabra foránea muy sugerente para no tener que explicar interacciones entre elementos dispares- es un campo de fertilización empresarial llamado Silicon Valley, que, de vez en cuando, un experto explica a neófitos con cara de estúpidos (la mayoría) cómo funciona ("¡Ah! ¿Así que era eso?").
Esta doctrina y otras parecidas han animado a algunos emprendedores a perder los ahorros de sus padres o a endeudarse hasta el alma para el resto de sus días, en proyectos para los que superaron todas las fases de: ilusión descomunal, previsión desproporcionada, consideraciones matizadas, apretones económicos, desilusión tardía y fracaso estrepitoso.
El empresariado público son entes surgidos, bien de la ruina de empresarios privados o de las elucubraciones metafísicas de varios pensadores reunidos en torno a una mesa y unos vasos de bebidas euforizantes. Sus propietarios son las Administraciones públicas y, especialmente, los Ayuntamientos.
En estas agrupaciones de carácter polifónico se mueven dos tipos de personajes: a) los políticos, que se dedican, en su mayor parte, a decir a los demás lo que hay que hacer, y tomar decisiones al respecto. Posiblemente no sepan hacer otra cosa, lo que lleva a la mayoría de las empresas en las que actúan a la ocultación de pérdidas; y b) los funcionarios, que son los hijos históricos -por oposición, ahora- de los criados del dominus, aunque, en puridad, ahora los dominus seríamos todos; sin embargo, no le aconsejo que pruebe la opción de decirle a un funcionario quién manda en la cosa pública, porque casi seguro que el cuento acabará mal, para usted.
¿Qué hacer, si, al contraerse el consumo, el trabajo disminuye?
Los gobiernos, carentes de imaginación, ya que no se consideran pagados para ello, deciden, en estos casos, acceder a la petición de los empresarios de facilitar la reducción de empleo, haciendo más fácil el despido; ellos mismos, congelan la convocatoria de nuevas plazas de funcionarios, para no cargar a los entes públicos de más gastos e. incluso, accederán a despedir a una parte de los contratados laborales.
Los empresarios, que, salvo escasísimos ejemplos, tienen la misma falta de imaginación, tratan de salvar los muebles, que equivale a decir, vender activos, rebajar la producción, reducir costes como sea (forzando la productividad de los que queden, pagando más tarde o menos, o no pagando, etc.).
Los sindicatos, organizaciones protegidas constitucionalmente para defender los intereses de sus afiliados y, especialmente, de sus dirigentes, amenazarán con convocar una huelga general, aunque es posible que no lleguen a convocarla, por miedo a que solo acudan los liberados de entre sus afiliados, para lo que deberán fletar autobuses que los concentren en la capital del reino, en donde procurarán hacer el mayor ruido posible.
¿Se le ha ocurrido a alguien redistribuir, mientras dure la crisis, el trabajo entre todos, disminuyendo, proporcionalmente, la remuneración? ¿Se le ha ocurrido a alguien aumentar el esfuerzo en impulsar nuevas iniciativas, facilitando los créditos, una vez analizadas las líneas preferentes de generación de actividad duradera?
¿Se le ha ocurrido a alguien distinguir entre las actividades que provienen de ideas nacidas de momentos de bienestar de las propias de momentos de penuria? ¿Se le ha ocurrido a alguien distinguir entre los interlocutores que defienden con seriedad sus ideas, sin ocultar o haber ocultado con falsedad la situación de sus empresas o economías, o los interlocutores que exponen, con inteligencia, y, por supuesto, crudeza, lo que debería hacerse para reducir colectivamente costes, aumentar la productividad y, sobre todo, no perder, a nivel colectivo, facultad de creación de empleo y redistribución del tiempo de trabajo disponible?
Una vez más, los autónomos no iremos a la huelga. Como tenemos en nosotros mismos la parte de empresario y la de empleador, sabemos, de forma natural, lo que hay que hacer. Trabajar duro, ahorrar en todo, no gastar lo que no se tiene, no perder tiempo piándola, estar atento a cualquier migaja, no desperdiciar la mínima oportunidad de llevar curro al caletre... y disfrutar siempre que se pueda, con lo puesto.
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