Sobre el Estado en una economía de mercado
La culpa de todo la tiene el Estado, es decir, el gobierno del Estado. Estamos en una economía de mercado, propugnamos la libertad del comercio, los presupuestos de las administraciones públicas se van en su mayor parte a pagar gastos corrientes (sueldos, prácticamente), pero el Estado es visto como la solución, la panacea, el acicate. Y si nos va mal, la culpa es del Estado.
Parece que, cuando nos conviene, ignoramos que los ingresos de esa relativa "maquinaria de poder" provienen, fundamentalmente, de los impuestos. Por tanto, su capacidad de actuación económica está limitada al empleo de lo que sobre, deducido el pago de los gastos corrientes y de la atención a las obligaciones financieras. Por supuesto, con el complemento de la capacidad de endeudamiento, contando con los ingresos futuros.
Las administraciones públicas descubrieron hace algún tiempo que podían vender lo que tenían, e incluso lo que no tenían, esto es, el futuro. Empresas públicas en sectores estratégicos o declinantes, concesiones por servicios de agua, recogida de residuos, cementerios, autobuses y, no en último lugar, terrenos para edificar. ¿A quién? Lo compraron, claro, las empresas privadas. ¿Con qué objetivo?. Enriquecerse, claro.
Carmen Alcaide, economista prestigiosa y ex Presidenta del INE se pregunta (EP, 24 de mayo 2009) ¿cuál debe ser el papel del Estado en una economía de mercado?. En una respuesta de fácil digestión, concluye que "mejorar las condiciones para el desempeño del papel de las empresas, (...), generando un entorno de estabilidad y seguridad jurídica, etcétera."
No hace falta irse por la teoría. El papel de la administración del Estado, en una economía de mercado, ha de ser controlar a los agentes económicos, protediendo a los más débiles de la tendencia a utilizar las posiciones dominantes para fijar arbitrariamente las condiciones.
Podemos tratar de inventarnos un nuevo país, pero no será posible augurar el éxito del proyecto. España tiene unas condiciones naturales que predisponen a ventajas comparativas, como ya ilustró Donges: para el turismo y, por tanto, para los sectores interrelacionados. Tiene una carencia de recursos que la sitúa en posición de demandante forzoso, en temas como la energía.
Dispone de un elemento natural de gran valor, el sol que combinado con el agua -relativamente escasa, y, en todo caso, desigualmente distribuída- y con la tierra, adecuadamente compensada, permitiría producciones agroalimentarias y transformados de alta calidad. Dispone de una Universidad, actualmente bajo mínimos, pero con material humano al que se podría reactivar, para mejorar la capacidad para proponer proyectos en nuevas tecnologías e, incluso, en lo que respecta a las Facultades literarias, para estimular la creación y transmisión de cultura.
Podemos discutir si hace falta más o menos Estado. Debería estar fuera de discusión que el Estado, en una economía de mercado, solo puede ejercer el control y, eventualmente, actuar simbólicamente, a efectos de ejemplaridad o de referencia comparativa para el control, en ciertos sectores, con voluntad, además de no permanencia.
Lo que no deberíamos, aunque podemos, es alimentar desde el Estado la sensación de que lo que nos conviene es más espectáculo. Hoy, 27 de mayor de 2009, a las 21h, el país se paralizará porque más de once millones de personas decidirán que lo mejor que pueden hacer es ver un partido de fútbol. Mientras tanto, la deuda y la crisis, que no descansan, crecerán.
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