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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los ingenieros

Después de Dios, el ingeniero.

Esa estúpida petición de principio (en algunos casos, con la precisión corporativista de "ingeniero de caminos", "minas", etc.) ha servido para mantener, durante muchos años, alto el espíritu de cuerpo. No era, salvo escasas excepciones nada plausibles, pronunciada por los propios ingenieros, sino que les era atribuída por terceros.

El efecto fue determinante, con todo: sirvió para distanciar a los ingenieros de la sociedad, y, superando el conocimiento que proporcionaban los ejemplos concretos, consiguió que se les catalogara colectivamente, junto con otros elementos de juicio igualmente gratuitos, como "gentes del sistema", retrógados o interesados defensores del mantenimiento del estado de cosas, que les favorecía.

Hoy en día, los ingenieros, cualesquiera que sea su especialidad, han pasado a ser prácticamente transparentes.

Lejanos ya los años en que los cuerpos de ingenieros del Estado (caminos, minas, montes) formaban una élite de funcionarios cuasimilitarilizados, hoy los puestos de relevancia de la Administración pública son cubiertos por licenciados en derecho, economistas e incluso gentes que pasaban por ahí con algún carné en la boca. Nada que objetar contra las cualificaciones citadas, por cierto. Simplemente, pretendemos constatar un hecho.

Sorprendentemente, los ingenieros son, en realidad, más necesarios que nunca.

La tecnología ha alcanzado los más altos niveles desde que el mundo es mundo. La escasa proyección social (reflejo del interés desde la cosa pública) del ingeniero tiene sus raíces modernas en la ignorancia de lo que hace, el desprecio genérico hacia todo lo que no se entiende, y la valoración mediática que ensalza valores que la ingeniería nunca ha considerado importantes: la elocuencia, la capacidad de comunicación, o, incluso, ha abominado, como la posibilidad de elucubrar pretendiendo ser convincente de lo que se ignora.

Así nos luce el pelo. A los ingenieros y a los demás.

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