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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el paso del tiempo

"Cómo pasa el tiempo". "Qué rápido se ha ido este momento". "No tenemos tiempo"... solemos decir.

Pero el tiempo no pasaría, ni sería veloz ni lento, ni sería, si no existieran otros entes a los que referirlo, que nos comunicaran, con sus imágenes tridimensionales,  la idea de cambio. Y tenemos un reloj ineludible, propio, inocultable, que está en cada uno de nosotros: nuestro cuerpo.

Por él sabemos que envejecemos, a partir de un cierto punto de la secuencia de cuerpos, cuando comparamos la imagen que nos refleja el espejo en el hoy con la que recordamos de algún otro ayer.

Hoy y ayer son solamente un antes y un después por culpa de esa consciencia de cambio, que se opera en cada uno de nosotros, y que hubiéramos podido percibir con otro orden, si nuestra mente hubiera decidido tomar como referencia otro modo de medir la variación de las distancias entre los cuerpos, desplegándolas de diferente manera.

Por ese reloj inventado supimos que madurábamos, a partir de la consciencia de que existíamos, hacia una deseada plenitud del yo; nuestro reloj siguió acumulando imágenes, implacable, porque apenas nos vimos pletóricos, empezamos a divisarnos ya envejecientes, más débiles, caducos. Y las imágenes se fueron ordenando ahora desde más fuerte, más hermoso, más capaz, a más débil, más feo, más inútil. Hasta que el tiempo, nuestro tiempo, nos abandonará...para siempre, porque le faltó la referencia directa de ese cuerpo convertido en polvo.

El paso del tiempo tiene, por ello, sentido para nosotros pero no para los seres irracionales. Esta cuarta dimensión añadida al espacio euclídeo es una invención útil para apoyar con ella ciertas conclusiones sobre algunas observaciones de lo que nos rodea. El veloz Aquiles nunca alcanzará la tortuga, mientras se encuentre empeñado en resolver el espacio en trozos cada vez más pequeños.

Nosotros nunca alcanzaremos la eternidad, mientras no seamos capaces de encontrar una referencia más allá de ese concepto de infinito que nos sirve para imaginar un crecimiento sin límites de nuestro Universo. Si fuéramos capaces de resolver el enigma desde el otro lado, como Aquiles y los que lo observan lo resuelven, superando la búsqueda de referencias físicas en el espacio unidimensional, podríamos saltar al otro lado de la eternidad, tan campantes.

Cuando los cuerpos aumentan su distancia entre sí, esa separación física mensurable, perceptible empíricamente, podrá ser referida a situaciones anteriores o posteriores y añadirse a ella otros números, como velocidad, aceleración, o pérdida de masa (por ejemplo), utilizando siempre como base la observación de los sucesivos estados de nuestro envejecimiento, ese reloj que llevamos dentro y que nos sirve para ordenar nuestra destrucción física.

Los relojes no "miden el tiempo", sino que lo generan, produciendo una secuencia de sucesos idénticos, a partir de un mecanismo generador, que puede provocar los pasos sucesivos de una aguja por un mismo lugar del espacio. No habría forma de ordenar esos pasos sucesivos si nuestro cerebro no entendiera lo que es antes y después.

Podíamos utilizar como secuencia para establecer el orden de los sucesos y el número de los idénticos, cualesquiera otros repetitivos, como la producción por un individuo de nuestra tribu de una madreña, el número de veces que la luna llena aparece en nuestro horizonte visual, o la cantidad de cosas que podemos hacer antes de la siguiente menstruación de una concreta mujer fértil.

No nos hemos vuelto locos -al menos, no somos conscientes de ello-. El comentario que acabamos de exponer,  puede ser compartido, al menos parcialmente,  por muchos de los contrarios a las explicaciones extraídas de la teoría de la relatividad que, entre otras cuestiones de peso, considera el tiempo la cuarta dimensión, al mismo nivel que las tres coordenadas del espacio euclídeo, a las que referimos las dimensiones de los objetos (largo, ancho, alto).

El problema, en realidad, no está tanto en la comprensión de la limitación del tiempo, sino en la destrucción física del concepto de su infinitud. La eternidad, como el infinito físico de las dimensiones de los objetos, es un concepto abstracto, un absoluto. Podemos entenderlo como final teórico de una secuencia razonable, pero no existe más que como producto interesado de nuestra imaginación, pura poesía.

 

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