Sobre la capacidad de ilusionar y los fundamentos
Hemos repasado el discurso de toma de posesión del presidente norteamericano Barak Obama, y lo hemos encontrado bastante decepcionante.
Vamos a ver si nos entendemos: no se trata de llevar la contraria por postura dialéctica. El discurso ha sido perfecto como muestra de oratoria popular, como recordatorio programático de los principios deontológicos que deben regir las actuaciones de un presidente de un país democrático y como demostración de la capacidad de sintonizar con el auditorio, dándole al público lo que desea oir. ¿Qué es lo que todos deseamos oir?. Pues esto: "No te preocupes, te comprendo, soy uno de los tuyos; me encanta que confíes en mí, pero mi trabajo depende, sobre todo, de tu ayuda y la de todos; vamos a solucionar los problemas, los de todos y, sobre todo, los tuyos; la situación es difícil, pero, te repito, ten por seguro que lo vamos a solucionar. Cuento contigo, porque me caes muy bien, te aprecio, y, como verás, en mi equipo he elegido lo mejor de lo mejor para ayudarme".
Sin embargo, nos confesamos recitentes a participar del júbilo de la multitud enfervorizada que aclamaba a Obama desde la explanada del Capitolio, remisos disidentes del sentir de esa mayoría cualificada de norteamericanos que bebían la miel de cada una de sus palabras, sintiéndose parte del pueblo elegido por Dios para regir el mundo, y, sobre todo, y a lo que más nos importa, nos reconocemos incrédulos consistentes respecto a la tan proclamada sintonía que se nos promete acá, en este valle de lágrimas español, que habrá de surgir, como un flechazo amoroso, tan pronto como el líder demócrata de allende los mares cruce las primeras palabras con nuestro presidente Zapatero y sus entregados ministros.
El discurso ha sido, por supuesto, formalmente impecable. Magnífico en la concepción gramatical, brillante en la selección de los temas -pasando por todos de puntillas, dando pinceladas sin que el color de la pintura implique plazos o resoluciones concretas-. La dicción de Obama es la de un actor consumado, un genio del gesto, que ha de ser escaso y preciso, como se enseña en las escuelas de arte dramático.
Ha sido un discurso casi completo en el tratamiento formal de las preocupaciones de los norteamericanos, que son también -ay- en su casi totalidad coincidentes con las del resto de la Humanidad viviente. Este aspecto no nos debería hacer más felices a los demás, pues si el país más rico de la Tierra tiene mucha necesidad, ya se sabe a quien van a dar de comer primero.
Si lo analizamos en sus compromisos, en las ideas de acción, si lo pretendemos analizar como programa político resulta, lamentablemente, lleno de espacios vacíos.
Porque ya sabemos que, desde que Norteamérica existe, Dios juega en el equipo, o, por lo menos, a favor ,de los Estados Unidos; también forman parte de las esencias del negocio americano, el cristianismo reinventado, la firme voluntad de olvidar los fallos del pasado, -atribuyéndoselos a las veleidades del progreso-, ese conjunto de deberes que suenan cada vez más ñoños, y que forman parte de un juego mágico, carente de definida personalidad política, válido para la izquierda como para la derecha, que parece conformado a base de tomar del pasado de la Humanidad las buenas intenciones, pasando por alto que en su nombre también se ha cometido tropelías muy sonoras.
Quizá tenía que haber sido así. Después de todo, el novísimo Presidente no tiene porqué conocer aún la profundidad de los problemas y, menos aún, seleccionar las medidas concretas para paliarlos o afrontar su solución. Desde esa perspectiva, ha hecho bien en escurrir el bulto de los compromisos y sacar el frasco de las esencias verbales, inundándonos a todos de su estado de gracia.
De esencias hemos quedado bien servidos. América puede, América es líder incuestionable, América sabe, América tiende la mano al mundo, América cumple sus compromisos; Todos debemos estar unidos, Todos debemos apoyarnos; Todos somos responsables;Todos tenemos que estar orgullosos de ver que los americanos son el pueblo más eficaz del planeta; Nadie puede escurrir el bulto; Nadie será marginado (si es americano); Escucharemos a todos; Hemos demostrado que América es un país en donde todo es posible; Cuidaremos el ambiente, y sacaremos la energía de donde podamos; Generaremos empleo y riqueza; Somos los mejores, los que más entendemos de libertad, los que más trabajamos y sabemos...
La veta de predicador pasado por Hardvard se le nota mucho a Obama. Es su auténtico pelo de la dehesa. Es un pelo suave, suave, suave...Tendrá que caérsele, suponemos. Y habrá de tener sumo cuidado en los terrenos por donde se mueve: la América profunda de la economía trapacera, de la lucha de clases, de las desigualdades y las marginaciones, está ahí, al acecho.
Cúidate mucho, Presidente Obama. Estamos de acuerdo, desde siempre, desde que éramos niños, con lo que dices. Solo que debes tener presente que a la ceremonia religiosa del próximo domingo no acudirán ya los dos millones de enfervecidos adeptos, esa selección de los pobres y marginados de América, que habrán tenido que ir a buscarse los garbanzos a otro sitio, sino que tendrás enfrente a los que han movido los hilos hasta ahora. Esos no van a pedirte palabras, sino que protejas sus intereses.
Y, entre ellos, no faltarán, nos tememos, algunos de la misma calaña de los que no tuvieron en el pasado mayores problemas para cargarse a quienes querían cambiar las cosas demasiado rápido, ya fueran Presidentes de los Estados Unidos de América, o candidatos espléndidos para representar las aspiraciones de la mayoría. Porque la mayoría ha de ser, como hasta ahora, silenciosa.
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