Sobre el ambiente como recurso en la crisis económica
Las preocupaciones ambientales son cosa de tiempos de bonanza; la legislación de protección al ambiente, existe hasta en el país más paupérrimo de la Tierra, pero se aplica -más o menos- cuando a la preocupación ciudadana por el deterioro se une la existencia de una policía efectiva que pueda obligar a los infractores a restituir lo dañado, siempre contando con la solvencia de éstos.
El medio ambiente es, en fin, uno de los escalones más débiles, que se rompe a la primera cuando empieza a faltar el dinero. Les entusiasma a los teóricos desde sus sitiales universitarios hablar del desarrollo sostenible, pero la "pata" del asiento económico es tan frágil, que frecuentemente está amañada con cuerdas y claveteada de urgencia, para que no se note tanto que se ha roto muchas veces.
La crisis económica implica austeridad, por la falta de medios, de la que padecen, ante todo, los que están más abajo en la pirámide económica. A ellos, la situación les obligará a ser más ahorrativos, prolongar la vida útil de las cosas, reciclar lo que sea posible, aprovechar mejor lo disponible.
No hay que estar atentos en esa dirección. Lo grave sería que, aprovechándose de la crisisis y del posible relajamiento de las medidas de control, diéramos un paso atrás en la recuperación de los ríos, en el tratamiento de las aguas industriales y urbanas, en el cuidado de los bosques, en la depuración de gases lanzados a la atmósfera, en el aislamiento térmico y acústico de edificios, etc.
Si utilizáramos el ambiente como recurso para tratar de paliar la crisis económica, dejaríamos, nuevamente, al descubierto, nuestras contradicciones respecto a las prioridades con que nos movemos. Algo que la sorna popular plasmó con contundencia: "El que venga detrás, que arree".
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