Sobre terroristas y aterrorizados
Seguro que, en este momento en el que se comenta desde muy diversos ángulos el múltiple atentado de Bombay sobre los hoteles Oberoi y Taj Mahal y el centro judio de Nariman, la imagen de terrorista aparecerá preferentemente vinculada a extremistas islámicos y la de aterrorizados, con la de las decenas de rehenes extranjeros, temiendo por sus vidas.
No falta razón para pensar así, desde luego. Se prodigan demasiado las escenas de terrorismo ideológico o fanático que tienen por víctimas a partidarios de las tesis contrarias o, más comúnmente, a pacíficos individuos, sin ninguna vinculación con los agresores. Y no parece existir forma de defenderse contra esos ataques.
No es posible convencer, no hay argumentos en última instancia, para quienes han decidido poner fin a sus vidas, llevándose por delante a unos cuantos de sus congéneres, cuando tienen los ojos, los oídos y los sentimientos completamente tapados, en la esperanza de que se verán recompensados en un Paraíso. La labor de los pacíficos ha de enfocarse a la eliminación del caldo de cultivo en donde crecen esos fanáticos: la pobreza, la extrema miseria, la injusticia y la incultura.
Pero es que hay, además, otros terroristas, mucho más peligrosos y dañinos que los que se inmolan en hoteles y plazoletas de los países en donde las diferencias sociales son escandalosas y, también, más peligrosos que los que estrellan aviones o hacen explotar mochilas en trenes que matan a cientos, a miles de inocentes.
Esos terroristas no matan directamente, no llevan armas visibles ni están dispuestos a inmolarse. Algunos de ellos no serán nunca detectados. Son terroristas que se mueven entre el dinero, manipulan el bienestar, utilizan masivamente a los otros.
Nuestro comentario no se adscribe a ninguna ideología, no tiene trasfondo oculto. Es la constatación de la pura realidad: Esos terroristas de cuello blanco y faltriquera llena confeccionan, generalmente en compañía de otros, terribles burbujas, que dicen financieras, y las hacen estallar, aquí y allá, en fuegos de artificio letal sobre el trabajo, los ahorros, empleos y dineros de los demás.
Sus actuaciones nos tienen hoy a todos aterrorizados, los de las casas adosadas, los de los pisitos, los de las chozas, los de las cabañas; aunque algunos ignoren la circunstancia, porque sus efectos se hacen sentir en todas las esquinas y serán muy duraderos.
Poco sabemos de cómo combatir ese terrorismo, que es, como todos, ideológico. Hay evidencias, sin embargo, de los elementos clave de la religión que profesan. Su dios es el dinero; sus sacerdotes y sacerdotisas, son quienes manejan a su antojo las creencias socioeconómicas, convertidas en dogmas de obligado respeto (mercado, contratación en Bolsas, líneas de negocios, sectores tecnológicos preferente, hábitos de consumo forzados, fórmulas de ocio impuestas; etc).
Y las víctimas, que no los adeptos, somos nosotros.
Todos nosotros. Hénos aquí, aterrorizados, sin ánimo o valor para decirles, basta ya; os combatiremos sin desmayo y os venceremos, porque vuestra victoria es imposible. Miramos al cielo, mientras esperamos a que de algún lugar surjan las tropas de élite y como en los cuentos de final feliz, nos liberen, de una vez por todas, de la pesadilla.
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