Sobre cómo rentabilizar la incertidumbre
En las Escuelas de Negocios, el tema central a partir del cual gira, como en un ordenado sistema planetario, el conjunto de enseñanzas a cuya culminación se le otorgará al educando un preciado diploma que servirá para aumentar su currículum de estudios (el tiempo les dirá si inútiles), tiene que ver con la gestión de la incertidumbre.
Sacar partido de la desorientación de los demás es, en realidad, un objetivo muy apetecible, incluso para las almas más puras. San Ignacio de Loyola, fundador de una de las empresas de mayor éxito que se conocen, superviviente en batallas horrísonas incluso contra el establecedor de su orden propio, y autor de algunos aforismos que merecerían colocarse en el frontispicio de todas las Universidades técnicas -no solo de las del ICAI-, expresaba con rigor que "En tiempos de mudanza, gran templanza" (en versión original no rimada: ""En tiempo de desolación nunca hacer mudanza", según sus "Ejercicios Espirituales" EE318).
¿Cabría interpretar que lo que el eximio vasco aconsejaba a sus seguidores era no mover un dedo en tiempo de vientos procelosos, o más bien, estar atento a lo que se tiene y no cambiarse de techo de acogida, rentabilizando lo propio?.
En este segundo sentido, con el que concordamos, la frase del compatriota de Unamuno y de Induráin, sería equivalente a la de "Nunca cambies de caballo en plena carrera" (Que no es un dicho castellano, sino una versión adaptada del inglés "Don´t change horses in midstream", trasunto a su vez de aquello que Abraham Lincoln en 1864 alegó a quienes le urgían a presentarse como candidato a la Presidencia de los Estados Unidos: "It was not best to swap horses when crossing streams").
Sin llegar, ni pretenderlo, a la altura de los zapatos de tan ilustres antecesores en el arte de aconsejar, nuestra conseja para aquellos que no han tenido dinero para costearse un curso de MBA ni se cuentan entre los egresados de Comillas (con o sin órdenes menores) es que existen formas de rentabilizar la incertidumbre, que consisten en aprovechar las olas que crean los grandes paquebotes.
Estamos en una época de tormentas, generada por varios impulsores de borrascas, manipuladores de los mandos de nuestra bañera. Hubo olas generadas por los inventores de los bonos basura (antes llamados "bonos oportunidad que no puede dejar perder"), otras que surgieron de los consejeros espiriturales del dinero fácil (para ellos: "con ese sueldo suyo de mierda puede comprarse una casa de ensueño y pagarla durante el resto de su su vida, según nuestros infalibles cálculos financieros"); muchas, aparecieron cuando las aguas bajaron de nivel (y "se vieron los que estaban en calzoncillos", pero, sobre todo, tenían en las manos mercancías apetitosas).
Ahora ha llegado el momento de quienes han sacado las mejoras notas en la escuela de la desfachatez y del desprecio a los demás, que se empeñan en asustar a nuestros gobiernos, -muy ilusionados, en su momento de euforia, con los lemas de "crecimiento sostenible", "mundo global", "estado social y de derecho, invirtiendo hoy para pagar el endeudamiento en un par de generaciones, puesto que los ciclos económicos tienen tendencia alcista", etc.- haciéndonos ver a los ciudadanos de Credilandia Incorregible que, según los indicadores que ellos confeccionan, podremos pagar -es decir, arriesgamos no pagar- los créditos obtenidos, pero solo si el interés del principal restante es mucho más alto que el que sirvió para hacer los cálculos iniciales.
Llegando al final: si Vd. tiene algo de dinero libre, es el momento de aprovechar los movimientos alcistas que se generan después de cada movimiento al árbol de la solvencia de los Estados, una vez que se conozca que se ha adoptado algún acuerdo de pagar la deuda que mantienen con las entidades financieras que han confiado en nuestra capacidad de mantenernos colectivamente a flote. Eso sí, venda inmediatamente que haya conseguido alguna plusvalía superior al 10% y espere al siguiente achuchón.
Pero si pertenece al grupo mayoritario de quienes no tienen más que ofrecer que su capacidad de trabajo, reduzca gastos al mínimo, métase en su madriguera, no cambie de coche ni de caballo, y espere a que las aguas retornen al cauce que determinen los poderosos. Por fortuna, estamos aún en una zona del planeta en donde sigue siendo difícil morirse de hambre, en la que incluso en las cárceles se come aceptablemente, y existen multitud de cunetas baldías y hasta vastos terrenos abandonados en donde se pueden cultivar tomates, cebollas y lechugas, sin que sus dueños (si existen) se enteren, preocupados en acumular un misterioso mejunge que se sigue llamando plusvalías, que es, en sentido estricto, la diferencia entre el precio de mercado y lo que nos cuesta, de verdad, mantenerse en la carrera.
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