Sobre los guardias de discoteca, funciones y efectos
Otro joven -Alvaro Ussía- ha muerto, esta vez en Madrid, a la salida de una discoteca, al ser golpeado por los guardias de seguridad. Tenía 18 años y había pisado, se cuenta, a la novia de uno de los controladores del orden, mientras bailaba con sus amigos del Cole.
A la salida, los tres atléticos guardianes del Capitolio de la Diversión en el que se produjeron los hechos, le cortaron el paso y le rompieron para siempre el corazón, pidiéndole cuentas a lo bestia de sus, al parece, deficientes dotes para la danza. Los agresores tenían, en media, 30 años, eran corpulentos y habían sido contratados como ayudantes de camarero, o eran amigos de los dueños; es decir, pasaban por allí, como quien dice.
No nos importan demasiado los detalles. En el proceso penal que se organizará para dilucidar todas las responsabilidades -también las civiles-, los abogados de la defensa argumentarán algo sobre el hecho fortuito y la ausencia de voluntad de matar; e incluso de hacer daño; los abogados de la familia del infortunado citarán como testigos a los amigos de la víctima, que declararán, quién sabe, que era el cumpleaños de uno de ellos, que aunque en el grupo había menores, era habitual que se les dejara pasar y que, desde luego, no provocaron a nadie.
No trataremos aquí de culpar ni de disculpar. Ha trascendido, además, que el local carecía de licencia de apertura como discoteca y que tenía innumerables deficiencias. Trascendiendo del propio suceso, queremos denunciar con este comentario, la falta de seguridad, es decir, de tranquilidad, de respeto a la convivencia, que se permite en algunas discotecas y clubes de diversión, en donde, en espacios muy reducidos, se agolpan centenares o miles de personas, algunas de ellas, bajo los efectos del alcohol y de las drogas, y sin verdadero control.
Las funciones de los guardias de discoteca son, teóricamente, detectar a la entrada a los menores de edad y hacer desistir de la misma a quienes presentan síntomas de tener alteradas sus facultades por sicotrópicos y alcohol. Si surge algún altercado en el interior, los guardias de discoteca deben controlar de inmediato al o los provocadores y sacarlos del recinto discretamente, poniéndolos en su caso a disposición de la policía, lo que sucede si los daños causados a personas o bienes o la resistencia evidenciada por los alborotadores tiene entidad suficiente.
Hace falta para que las cosas vayan bien, mano izquierda, talento para el trato con gentes que, por lo general, solo quieren divertirse, y, claro está, los guardias deberían actuar conforme a un Protocolo y una Reglamentación clara.
La frecuencia de los casos en que los guardias de seguridad se ven protagonizando las actuaciones de violencia que, en teoría, debieran tratar de reprimir, pone todo el acento sobre su escasa preparación para manejar las situaciones potencialmente conflictivas. Pueden tener, no lo dudamos, una excelente preparación física y un cuerpo de aramario, conseguida a base de horas de gimnasio, anabolizantes y envergadura natural, pero no cuentan, porque no se les exige -al menos, en Madrid-, con la necesaria dosis de calma, temperamento equilibrado e inteligencia emocional para no verse envueltos ellos mismos en los conflictos emocionales que deberían de resolver.
Por supuesto, los principales culpables de haber creado el clima para situaciones como ésta, son los dueños de las discotecas y clubes, que permiten, guiados por la codicia, hacinamientos intolerables y que, despreocupados por el estado de sus clientes, ofrecen segundas, terceras y enésimas bebidas a mitad de precio, se despreocupan de las transacciones de estimulantes que se llevan a cabo en sus locales y confían la seguridad de los mismos a dos o tres torres físicas, algunas con problemas sicológicos, que, según trasciende, pretenden guardar también la sensibilidad de los pies de sus novias, danzantes en el local que ellos custodian, y están dispuestos a romper la cara o el corazón de inmedaito a quien les pise distraidamente los empeines.
Detrás de los dueños de estos locales de diversión están, en fin, los responsables de las administraciones públicas que, por motivos no imaginables sin que tengamos que enrojecer, hacen la vista gorda al incumplimiento de las normas de seguridad, expendeduría ilegal de bebidas y control de fármacos y sicotrópicos.
De tanto despropósito, de vez en cuando, la muerte de un joven que solo quería divertirse, nos conmueve y escandaliza. No pasemos la página esta vez.
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