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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la patología más común en los blogueros y su curación

Las patologías de los blogueros no están diagnosticadas, si bien lo más probable es que tengan que ver con la psiquis, y, dentro de las categorías sicológicas, la esquizofrenia -la búsqueda de una second life, para entendernos- parece ocupar el primer lugar de los potenciales diagnósticos. Querer ser otro, ser admirado, crear un personaje -muchas veces, anónimo o ficticio- que los demás reconozcan, sigan, veneren.

No hay que confundir bloguero con internauta, por más que para la mayor parte de la gente -es decir, casi todo el mundo- los confunda. Hay muchísimos más internautas que blogueros, porque es muy superior el impulso de curiosidad que el de exhibicionismo. Es más alto el peeping que el geeking.

La inmensa mayoría de los internautas no tienen blog, pero los buscadores les conducen sistemáticamente hacia alguno cuando confían que esos archiveros un tanto bobalicones de las cosas que pululan en la red les ofrezcan la solución a sus problemas, curiosidades. inquietudes visuales e, incluso, vicios personales.

Como estamos en una sociedad que valora mucho más lo visto que lo conocido, más lo gráfico que lo escrito, crece exponencialmente -mejor dicho, potencialmente- el número de consultas a las imágenes y vídeos en internet. Preferimos ver las noticias a tener que leerlas, y preferimos el cotilleo y el fútbol a que nos adoctrinen o ilustren.

 El razonamiento inverso podría llevarnos a pensar que todos los blogueros son internautas, No es asi. Un número creciente de los que escriben blogs no tienen ya tiempo más que para sí mismos, para su cuaderno, para contar lo que les pasa, incluso solo lo que les pasa por la cabeza. Se han convertido en prisioneros de él.

Cuando se reúnen con sus amigos, solo tienen palabras para su blog, para interesarse de ellos/con ellos si han leído lo último que han puesto en la web -que es mejor decirlo en español: en la red, en la trampa-. Si tienen ocasión de entablar conversación con un desconocido, a las primeras de cambio le hablarán de su blog, le darán la dirección, no de su casa, sino del cuaderno informático. Perderán, sin embargo, la del otro, si tiene la osadía de corresponder con otro encargo similar.

No hay tiempo, no hay tiempo para nada más que para ver lo que uno ha escrito y las reacciones que provoca, las visitas al cuaderno, de dónde provienen, quiénes nos "siguen"...quiénes, en realidad, nos huyen...

Debemos estar, pues, atentos para detectar el momento en el que el blog se ha convertido en la preocupación fundamental de nuestra existencia. Una media hora diaria puede ser tolerable. Más, es ya un síntoma de que algo va mal, salvo que uno sea profesor universitario o empleado de un partido político y sea la sociedad quien nos pague, hagamos lo que hagamos.

Teniendo en cuenta que, por mucho que nos digan, por altas que sean las entradas contabilizadas a nuestro blog, por exhuberante que parezca la influencia que ejerce, la ley de la simplificación combinada con la de la analogía permitirá concluir que pocos serán los que lean un comentario nuestro hasta el final. Poquísimos los que lean ni siquiera el título, pero algunos se apresurarán a incluir un comentario, tal vez. Algo así como: "Me gusta mucho, haber si lo mejoras" o "Ke te zurzan, dejenerao, no tienes pajolera idea de lo ke ablas".

Cuando la blogmanía amenaza con ocupar un lugar preferente en nuestras vidas, hay que ser valientes, incisivos, crueles, incluso. Hay que matar el blog. Como en el cuento de la cabra y el judío, una vez que nos liberemos de la cabra, habrá mucho más sitio en casa para la familia, más felicidad en la vida, más tiempo libre para el campo.

Y el mundo seguirá su curso, tan campante, sin nuestro querido blog. ¿Pero quién se atreve a asesinar esta excrecencia del yo que no ocupa más espacio que el virtual y que, salvo en casos extremos, no hace daño a nadie -a excepción, quizá, de al propio autor/autores?

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