Sobre la intimidad de los famosos y su protección
Hay algunas frases hechas que pretenden exculpar al culpable o justificar al que actúa. El público o la gente son la referencia genérica a la que se atribuye una capacidad de decisión y una sabiduría innexistente.
"Le damos al público lo que demanda", dice el conductor de un sarnoso programa de TV en el que se pone a caldo a algunos famosos. "El electorado es muy sabio y hemos captado el mensaje" declara el político al que han escaldado las urnas. "Una vez más, la sabiduría popular nos ha dado la razón, confirmando que vamos por el camino correcto", se enorgullece el dirigente al que acaban de confirmar por una exigüa mayoría.
Refiriéndonos a la divulgación obsesiva y perversa de la intimidad de algunos famosos, en la que se ceban algunos medios, llamados "del corazón", convendría desenmascarar algunas falsedades:
a) La vida íntima de las personas no tiene el mínimo interés público. Conocer si fulanito traiciona la fidelidad de su pareja, si los menganitos se han visto en una playa desierta o si dos -o diecisiete- seres humanos han organizado un sarao, no afecta en absoluto ni al bienestar, ni al conocimiento, ni a la sensación de felicidad o tristeza de nadie más que a los propios protagonistas.
La persecución de que son objeto los llamados "famosos" para descubrir detalles personales y divulgarlos, tiene únicamente relación con el gen de la curiosidad vacua, una aberración de la genética por la que somos capaces de llegar a obsesionarnos por lo que carece de interés para la subsistencia, pero nos evita dedicar tiempo a las cuestiones esenciales, favoreciendo así que, en los animales más débiles de cada especie, los depredadores adquieran alimento más fácil.
b) Los asaltos a famosos en la calle, al salir o entrar de sus casas, al ir a la compra, al meterse el dedo en la nariz, por supuestos periodistas micrófono en mano, para preguntarles qué piensan sobre el divorcio de su hija, la caída del caballo de la amante de su yerno, el cáncer de su abuela o la operación de nariz de la vecina, -ejemplos, claro está, surgidos de nuestro imaginario- faltan a la profesionalidad, vulneran la deontología básica y no generan ni saber útil ni plusvalía de ningún tipo.
c) Es necesario poner coto al concepto flexible de libertad de prensa o libertad de información, en dos sentidos: uno ético, con la mejora de formación de profesionales del periodismo y del público receptor (hay mucho que hacer) y otro, jurídico, ayudando a que la judicatura precise los límites de los conceptos difusos del honor, la dignidad personal, las consecuencias de la fama respecto a la intimidad, o el derecho a la propia imagen...
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