A mayores: La valoración por el mercado de los compromisos sociales corporativos
Pocos asuntos ofrecen tanto interés para el análisis socioeconómico en este momento como éste, con el que hemos titulado nuestro Comentario: la incorporación como parte del precio del producto del valor asumido por el mercado para los compromisos sociales de las corporaciones mercantiles y organizaciones públicas.
Hablamos de ese conjunto de acciones voluntarias, de imprecisa definición y catalogación, que se está llamando, en nuestra opinión erróneamente, responsabilidad social corporativa (RSC).
Si existe una razón para sospechar en la quiebra (aún incipiente) de las bases de la economía de mercado es la creciente valoración por parte de las sociedades de los elementos que se habían considerado exógenos a los procesos productivos. Hablamos de las externalidades, de los inputs no introducidos como coste en los balances de las empresas y de las entidades de cualquier tipo.
Tenemos razones ahora muy serias para pensar que nos estábamos equivocando, como colectivo, al dejar que las entidades de transformación incorporaran, sin coste, el uso de los elementos que considerábamos "naturales e inagotables", de los que el aire, el agua, la tierra, eran representantes típicos.
Nos han (casi) convencido de que la atmósfera se calienta demasiado por la contaminación que ha provocado el desarrollo, que el agua pura está escaseando, como consecuencia de la falta de depuración de la que hemos ensuciado, o que el suelo se ha llenado de productos indeseables y el paisaje que apreciábamos se deterioró o desapareció para siempre.
No solamente éso: la globalización ha puesto de manifiesto que las empresas pueden cambiar sus localizaciones de un mes para otro, dejando sin trabajo a miles de personas, en su búsqueda ávida por la maximización del beneficio para sus accionistas, volando para posarse allí donde los controles administrativos y sociales, las restricciones legales y los costes de mano de obra son menores.
Estamos, en esta parte de la civilización, mucho más concienciados que hace unos años. Queremos una atmósfera limpia, un paisaje agradable y cuidado, un trabajo seguro y bien remunerado, y exigimos que las empresas que se vinculen a su entorno social, dirigidas por empresarios honestos, que nos cuenten la verdad de los costes en los que incurren los procesos, porque deseamos que nuestro bienestar sea sostenible, tenga futuro.
Pero no parecemos dispuestos a pagar por ello. Seguimos comprando lo más barato, sin importar si proviene de una tierra alimentada con abonos contaminantes para la hidrosfera o de verduras protegidas por insecticidas violentos. Vestimos lo que más nos gusta y al precio más asequible, sin que nos preocupe leer la información de la etiqueta respecto a su proveniencia, ni nos informamos sobre lo que hay detrás de la cadena productiva.
No vamos a poner todos los ejemplos. Compramos vehículos por su diseño, no nos privamos de renovar aparatos electrónicos antes de que su vida útil se haya apenas iniciado, viajamos a países lejanos porque nos sentimos libres para divertirnos al máximo, utilizamos en nuestro beneficio cuanto se nos ponga al alcance, en la obsesión de consumirlo y probarlo todo, porque la vida es breve y no estamos dispuestos a dejarla pasar sin gozar al máximo...
Mientras no estemos preparados para incorporar como coste de los productos, bienes y servicios, la internalización de lo que hasta ahora considerábamos de libre uso, los informes con que nos obsequian algunas de las empresas sobre Responsabilidad Social Corporativa y Sostenibilidad, se parecerán, más que a cualquier otra cosa, a cantos de sirena, himnos a la bandera, nanas de cuna para adormecer los espíritus dormidos de quienes parecen ignorar, porque no lo han sabido ni querido analizar, que el mercado lo asume todo.
Porque es un tragaldabas que solo ocasionalmente se siente empachado por la ingestión masiva de realidades, mitos, bonhomías, perversidades, trampas, buenas intenciones, pero lo únicamente que digiere es dinero, dinero, dinero.
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