Sobre Sierra Leona y calamidades
Sierra Leona es un país del Africa subsahariana que, junto a Liberia, fue creado para albergar a los libertos que a los terratenientes ingleses y norteamericanos ya no les interesaba mantener, una vez que la guerra de secesión y los vientos del XVIII les habían convencido de que tenían que ser ejemplo para la igualdad entre los seres humanos, y que los principios de la esclavitud tenían que ser modificados.
Sierra Leona tiene en la actualidad en torno a 6 millones de habitantes, de más de una decena de etnias que se llevan bastante mal entre sí. Su idioma oficial es el inglés, pero para complicar las cosas, se manejan cuatro o cinco lenguas propias, de oscuro origen y difícil escritura, con bastantes palabras tomadas de la pronunciación figurada del idioma de los patronos. El kryó -de kryolle- es una de ellas.
Sierra Leona es un país con potencial atractivo turístico, -de ese turismo de naturaleza que está de moda-, con manglares impenetrables, suaves montañas en donde llueve mucho, y abundancia de pájaros, reptiles, monos y seres humanos de mirada perdida. No tiene leones -no muchos, al menos-, y el nombre de lo pusieron por la similitud al rugido del felino que provocan las frecuentes tormentas.
Como la zona es propensa a las guerras civiles (oficialmente la última terminada en 2002), las visitas de gentes foráneas no sirven para reactivar la economía del país, que mantiene la cualidad de ser el más pobre de la Tierra. Tampoco les vale de mucho la desmañada agricultura, faltas de mecanización y criterios de eficacia, ni las aún inexplotadas reservas metálicas.
En consecuencia, los jóvenes habitantes de Sierra Leona ven su futuro en la emigración a la opulenta Europa, de la que les llegan aromas y rumores irresistibles. Qué paradoja, qué lógica. Volver a donde sus antepasados fueron esclavizados, pero, esta vez, libres. Cerrar el círculo, pues.
Reúnen un poco de dinero, pagan a uno o diez intermediarios que les confirman lo que han oído hablar de las Tierras Míticas, atraviesan varios cientos de kilómetros guiándose por los olores de la miseria, agrupándose con similares desharrapados con idénticas necesidades de romper las cadenas y, un día de gloria, se embarcan en una canoa tan hacinados como sus tatarabuelos lo fueron en los barcos de piratas que los llevaron como valiosa mercancía, y desembarcan, si el azar los ha hecho aún más supervivientes, en una playa española.
Allí, en una fugaz aparición, mientras se dejan abrigar de la hipotermia por gentes amables vestidas con uniformes de guerra que les proporcionan mantas y les dan a sorber té caliente, atisban a gentes blancas y sonrosadas, semidesnudas, que les miran con estupor, lástima y disgusto, porque les acaban de estropear las vacaciones.Se trata de una visión muy rápida, porque suelen desmayarse.
También hay casos de quienes, aún ágiles a pesar de la larga travesía, han conseguido escaparse antes de que lleguen los guardias civiles.
Tranquilos. No los van a devolver a Sierra Leona, porque no confesarán de dónde vienen. Son apátridas. Quizá, rizando el rizo, podrían ser considerados ciudadanos norteamericanos o ingleses. Incapaces, inaptos para ser devueltos a ningún país, porque nadie los reclama como nacionales de ningún sitio, al cabo de algún tiempo de retención, se les soltará -como se hace con las especies en extinción- en distintos lugares de la península ibérica.
No tienen permiso de trabajo, carecen de identidad verdadera, no conocen el idioma, pero mantendrán como seña de identidad una importante solidaridad en la miseria. Sobrevivirán, porque están acostumbrados a la supervivencia. Puede que vayan al Maresme, se instalen en Las Vistillas, se repartan proporcionalmente por toda la geografía española o comunitaria. Venderán dvds, relojes, caretas de madera y bolsos y cinturones de plástico. Todos falsos.
Por las noches, tal vez, soñarán con la libertad, sea lo que sea. Dei drím uiz déa libérti, uáns eguéin.
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