Sobre el viaje del Rey de España a Afganistán el día de fin de año de 2007
SM El Rey de España, D. Juan Carlos, ha cerrado con broche de oro y brillantes un año de manifestaciones singulares, otorgándose un baño de multitud militar en el destacamento de Afganistán. La ausencia del presidente de Gobierno en ese viaje mediático, para no restar protagonismo al Rey, nos parece muy acertada, contrariamente a lo exteriorizado hasta ahora por alguna prensa. Aunque también cabe la interpretación de que Rodríguez Zapatero no fue porque no le gustan las misiones guerreras, aunque se hayan hecho en son de paz y los destinados no se atrevan a salir de su acuartelamiento por el peligro que corren.
A falta de una definición precisa de las funciones que corresponden al Jefe de Estado, y que la Constitución ha dejado teóricamente reducidas a asumir posiciones simbólicas, el Rey ha puesto de manifiesto en el 2007 que el carisma personal, la autoritas, tiene un efecto multiplicador muy superior a la potestas, cuando se ejerce en los momentos oportunos, que son aquellos en que el personaje mediático goza de su mejor estrella.
La madurez del Rey, que está a punto de cumplir 70 años, su conocimiento de los personajes que se mueven en la política española, y su indudable voluntad de hacer bien su papel de máxima representación del Estado, han dado brillantes frutos a la Monarquía. Ante Chavez, en su viaje a Ceuta y Melilla, en su tratamiento discreto de la crisis matrimonial de la infanta Elena, o en esta visita relámpago a las tropas destacadas en Afganistán, puede verse un elemento que los españoles aprecian bien: el orgullo de ser diferentes, originales, consecuentes incluso con las actuaciones estrambóticas.
La monarquía es, por supuesto, para muchos, una forma obsoleta de gobierno, incluso aunque esté reconocida desde Constituciones que se precian de modenidad. Pero lo que no caduca es el talante de un personaje público que tiene el control de su situación, que ha asumido su papel y lo sabe representar en beneficio de la colectividad que representa. Por eso el ministro Alonso interpretó bien el momento cuando gritó e hizo gritar: ¡Viva el Rey!, antes de pedir un aplauso para Don Juan Carlos, que tronó, cerrado.
Desde el sillón de nuestras casas, mirando tranquilamente la pantalla, añadimos espontáneamente: !Que esos chavales vuelvan a casa!.¡Ya!...
Para estar acuartelados y aburridos, según cuentan, porque su misión carece ahora de cometido, mejor están aquí, haciendo algo útil, y así evitamos que se desplace en Nochevieja el regio símbolo para darles ánimos. Habrá otras formas, si fuera necesario, de refrendar el carisma de la rancia Institución.
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