Sobre los colores de la leche asturiana
Soplan vientos de crisis, es decir, de cambio, en la Central Lechera Asturiana. Vienen soplando, en realidad, desde hace años, y, tal vez por la polvareda que los aires en movimiento provocan, los análisis de las razones que justifican una reorientación no estuvieron siempre claros.
El invento estaba necesitado de una actualización. No tanto por la viabilidad legal de la Sociedad Agraria de Transformación, sino por las dificultades de mantener la cabeza alta en un mundo, el de la leche y derivados, controlado de forma creciente por grupos económicamente fuertes.
En la Central se han perfilado, una vez retirado Saenz de Miera, dos posiciones enfrentadas, y prácticamente paritarias. No parece, sin embargo, que la discusión de ambas facciones se haya centrado tanto en el programa de futuro, como en la defensa del control societario por parte de los ganaderos asturianos. Fallida la propuesta de transformación de la SAT en una Sociedad Limitada, que era la idea heredada que puso sobre la mesa el nuevo presidente Bertino Velasco en la Asamblea de junio, se ha desarrollado una opción desde la alternativa que exige un debate interno urgente y abierto, antes de que las cosas vayan a más o se malinterpreten.
Sucede que Cajastur, accionista de Capsa, que es la sociedad cabeza del minigrupo al que pertenece CLAS, pretende eliminar a los accionistas franceses de Bongrain, la mayor empresa europea del sector, ofreciéndole comprar su 27% y consolidar simultáneamente un proyecto esclusivamente asturiano.
Suena muy bien, y encaja plenamente con los postulados que venimos defendiendo en este Cuaderno. Lo que no suena nada bien es que la propuesta de Cajastur, que ha recibido hasta ahora oídos sordos de la administración de la Central, se esté planteando directamente a los principales ganaderos, creando una sensación de complot contra la actual dirección, y amenazando un cisma.
Como Cajastur no es un elemento neutral en la política regional, porque responde a las directrices del Gobierno autonómico, hay que imaginar que el que manda en la operación es el presidente Areces, por lo que el matiz que tiene la cuestión es esencialmente político.
Y ya se sabe que cuando entra la política por medio, los argumentos se encrespan y los ánimos se afilan, haciendo que la viabilidad de la solución aparezca más distante si, como es el caso, lo que está enfrente es la actual dirección, una mayoría de los socios y la poderosa Bongrain, que ha facturado el año pasado 3.500 millones de euros, y que crece en 2008 a un ritmo próximo al 13%.
No hay que desmerecer la actuación de Cajastur, que tiene-al menos, de momento, mientras no se aplique la reestructuración financiera y de metodología a que vendrán obligadas las Cajas, por directrices de la Unión Europea- lo que hay que tener para viabilizar su intención: dinero. Eso, sí, si Bongrain estuviera dispuesto a vender y lo hiciera a un precio razonable. Porque estas cosas no son solo cuestión de huevos, ni de buena o mala leche, sino de pasta.
La actuación de Cajastur quedaría más legitimada si se conociera, además de la intención, el proyecto que quiere llevar a cabo, Porque para mantener rentable la gestión de una Centrallechera en un mundo de gigantes, hay que alimentar continuamente el flujo de inversiones, renovar con tecnología cada vez más sofisticada los equipos, ampliar los valores añadidos y lmejorar a comercialización, diversificar y -este es el cierre del círculo virtuoso- buscar nuevos mercados.
No se trata solamente de vender la leche asturiana, sino la producida en aquellas otras regiones, y países, en los que una empresa de este complejo sector ha de tener presencia para no verse permanentemente amenazada por una opa de los más grandes.
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