Sobre la utilidad, rentabilidad y pobreza de la blogosfera
Los blogueros son gente singular, aunque, puesto que su número aumenta -se dice- sin parar, es posible que su sicopatología, de existir, no tenga fácil ni uniforme diagnóstico.
¿Cómo es el bloguero tipo?. La imagen del genial engendro pictórico que Muchachada Nui llamó Enjuto Mojamuto, representa, seguramente, a muchos internautas, de los que los blogueros son una subespecie.
Para muchos familiares y amigos del friqui de las comunicaciones inalámbricas, un individuo inmóvil, sentado, absorto ante una pantalla de cristal líquido, tecleando obsesivamente probables futilidades en su portátil para compartirlas con una secta de obsesos de oscuros placeres nada carnales, puede que represente el estereotipo.
Nada que ver con el bloguero. Un bloguero es un tipo normal, a salvo del tamaño quizá desproporcionado de su ego, que ha encontrado alguna utilidad en escribir con relativa frecuencia un Comentario para que todo el mundo mundial lo pueda leer. No importa que utilice un seudónimo o su nombre propio; el bloguero de pro, emparentado lejanamente con los que escriben frases ingeniosas en los retretes públicos, busca la notoriedad.
Por eso se ocupa de alimentar regularmente su pedestal, que es su blog. Puede que le dedique incluso media hora cada día, empleada en exprimirse el magín, recoger noticias, comentarios y vídeos de otros, enlazar a cuantos blogs de amigos y enemigos le parezca que puedan aumentar el tráfico que conducirá hacia su guarida intelectual, y que le dará idea -a él y a todos- del tamaño de su propósito. Si emplea más de media hora en su blog, o vive de él, o está jubilado o le han prescrito reposo, o sería aconsejable que alguien le llevara al sicólogo.
Algunos blogueros utilizan esta forma de expresión para hacer publicidad de su negocio, actividad profesional o empresarial, en la esperanza de buscar clientes o conseguir tráfico remunerado hacia su dirección virtual. Para unos, la calidad de los visitantes será más importante a la hora de valorar el éxito de su esfuerzo; para otros, cuantas más entradas tenga su cuaderno, tanto mejor.
Cómo conseguir una y otra, o conjuntamente la calidad y cantidad, es objeto de debates apasionados, de cábalas, de recetas mágicas, que los gurús de las "comunicaciones avanzadas" centralizan, proponen, venden. Por cierto, l a calidad del bloguero no presupone la de sus visitantes (basta ver las tonterías que se escriben en los comentarios de blogs muy conocidos) y la cantidad de visitantes no supone la calidad del bloguero (basta comprobar el éxito de captación que tienen palabras como "tetas", "desnudo", "chicas", "pene" en el comentario más inane).
Hay un tipo de blog que, desde luego, merece escaso respeto, porque se le ve venir, y morir. Es el de aquél/aquella que, cuando está de campaña, solo/sola o en compañía de otros, abre su bitácora y, mientras dura el cuento, escribe promesas y críticas, para dejar caer el invento de inmediato cuando ya no le rinde gracia.
La blogosfera va teniendo muestra de esos cadáveres .virtuales, reflejo de la desfachatez real. Porque, y esa sí que es una servidumbre de este espacio virtual, este mundo deja huellas difíciles de borrar, en cachés, páginas relacionadas, memorias persistentes en los arcanos de los circuitos integrados.
De los millones de blogs que forman este mundo, no hay tantos aprovechables, por supuesto, pensando en su interés o trascendencia más allá de un círculo muy próximo a sus creadores . Quizá unas decenas de miles. Pero si bien se mira, son muchos. No hay ningún otro sistema que sea capaz de ofrecer, simultáneamente y a golpe de tecla, la oportunidad de conocer decenas de miles de opiniones sinceras, serias, posiblemente muy competentes, actuales, sobre miles de temas.
Ni el mejor periódico del mundo, impreso o digital.
Usted tiene la sartén por el mando para decidir lo que desea leer, seguir, apreciar. Y sin pagar un precio especial por ello.
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