Sobre la abolición de las corridas de toros
Los españoles castizos, los que amamos la tradición, las costumbres heredadas de nuestros antepasados más queridos, aquellos a quienes nos gusta festejar la semana grande de nuestro pueblo acudiendo a ver una buena corrida de toros, tenemos, por lo menos, un problema: ignorar que estamos apoyando el mantenimiento de una crueldad impropia, una sinrazón -con base estética, por supuesto- injustificable.
La fiesta nacional española, por mucho que nos guste su contemplación, que alborote tanto al pueblo llano como a personajes de alcurnia, por más que represente lo profundo y antiguo de nuestras tradiciones, incluso aunque sirva para mantener una raza de animales bellos al margen de la extinción, es la manifestación de una crueldad con los animales impropia de una sensibilidad moderna. Y debe ser abolida, por ello, ya.
La razón fundamental para defender la abolición es, desde luego, que se causa mucho daño innecesario, en esos quince o veinte minutos que dura la faena a cada uno de los animales que son toreados. Se va graduando su estrés y dolor envolviéndolo en músicas y danzas, en una pantomima cruel que les conduce a su muerte.
El crescendo está bien estudiado, desde luego, para aturdir al animal y enfebrecer al respetable que pagó por ver el sacrificio: los toros son punzados un par de veces por la lanza, cosidos por varios pares de banderillas, atravesados por un estoque -puede que varias veces- y apuntillados para arrastrarlos entre aplausos, aún agónicos, al desolladero.
Claro que el espectáculo entraña un riesgo para el torero, el hombre, la representación de la femineidad, que, capote o muleta en mano, se esfuerza en hacer pasar una y otra vez al animal-macho por debajo del engaño Se demuestra al final, con su victoria tan probable, que el macho pierde, Pero, ante todo, se evidencia lo que ya deberíamos saber, que el ser humano es más bruto que el animal si se trata de demostrar inteligencia, más torpe si lo que se pretende es conseguir supremacía sin avasallar
Muy de tarde en tarde, hay un torero que es herido, incluso que muerte, atravesado en la ingle o en la garganta por un cuerno de ese animal que no llegará a saber, falto de tiempo, contra qué lucha. No podrá analizar para convertirlo en experiencia y transmitirlo a sus genes, qué fue lo que pasó en esos veinte minutos últimos. Sus ojos vidriosos entonces solo mantendrán la imagen de un cómico que se ganaba la vida arriesgándola,y cuyo objetivo era matarlo a él haciendo de sus ímpetus, faena.
Pero el argumento más importante para abolir de inmediato las corridas de toros, dejándolas como un recuerdo del pasado que podrá estudiar quien quiera en el Cossío es puramente económico: aunque el sector se mueve en gran oscurantismo, las corridas de toros son un desastre mercantil, y ni siquiera benefician a la mayoría de los empresarios que las organizan. Deben ser subvencionadas, con dineros que provienen, especialmente -porque somos mayoría- por aquellos que defienden defendemos su supresión. Por cruel, por trasnochada, por inútil. El colmo, pues.
(Hoy es el día mundial de internet. Como todos los blogueros le dedicarán un espacio, hemos querido emplear nuestro comentario de hoy para hablar de otra cosa. Porque convencidos de la importancia de la red, claro que estamos)
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