Sobre los museos, sus puertas abiertas y sus subsótanos
Hoy, dieciocho de mayo, los museos madrileños celebran un día de puertas abiertas. Miles de ciudadanos, ávidos de disfrutar de todo lo que se ofrece gratis, hacen cola para entrar de gorra en las pinacotecas. Después de aguardar un par de horas a que les den paso, atravesarán las salas a uña de caballo, apelotonándose ante las obras más famosas, y se irán a tomar una cerveza o un café, sintiéndose culturizados hasta el próximo terremoto.
Los museos han sucumbido ante la necesidad que tiene la política de encauzar el ocio, el aburrimiento y la incultura generales. La baronesa Tita Cervera, a menudo certera en su simpleza de rica cortejada, ha dado en el clavo al asumir una relevante posición como paladín de ese movimiento de estulticia: "No me importa el artista, sino la obra".
Estamos, justamente, en la posición contraria. Pero, nos apresuramos a atajar a malévolos, no por ello pretendemos ser considedos más inteligentes.
El arte moderno sobrevive prisionero de la iconoclastia de los artesanos más famosos, que han encontrado el beneplácito sistemático para sus tonterías creativas, estimulado por algunos comisarios y engordado por ciertos inversores, interesados ambos, más que en el valor del arte, en su precio.
Ricos inversionistas y avispados bancarios y banqueros, creando un clima de orgía artística con sus frotamientos recíprocos, animan a incultos representantes de las Administraciones públicas a participar en la carrera de desposeer de valor al arte, traduciéndolo en monedas contantes y sonantes.
En los subsótanos de los museos se mueve, en consecuencia, mucha mierda de artista, y no únicamente la que mereció ser embotellada por Mazoni.
Es necesario recuperar el contexto para la obra de arte. Para provocar atención sobre algo, hace falta poco: si hace ruido, un joven provisto de martillo siempre causará estupor al destruir un trabajo elaborado por quien mantenga los códigos sempiternos de la estética.
Porque para conmover desde adentro, ilusionar, motivar, estimular la reflexión, es necesario tener una idea,saberla expresar, conseguir despertar en otros la voluntad de permanencia por lo artístico y, con el paso del tiempo, volver a ser entendida y explicada, como testimonio del momento de la creación enlazado con la realidad del instante en que la obra se recrea al contemplarla.
Conocer el contexto del artista es, desde ese parecer, tan importante como contemplar su obra. Para muchas de las producciones modernas, el contexto de la creación del trabajo no hace falta. Lo ponen desde fuera, quienes invierten en bazofia y la llevan con todo boato a los museos, sabiendo que -en demasiados casos- solo están poniendo un precio a lo que han hecho sus amigos o amiguetes. Sin excluir que también se esté estimulando a jetas y, de refilón, creando víctimas de encantadores de serpientes conspirando para alucinar a los que manejan el dinero.
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